Gobernante con un corazón endurecido

Gobernante
El faraón de Egipto FOTO: WEB
- en Opinión

Jesús J. Castañeda Nevárez / En el antiguo Egipto, los gobernantes (conocidos como faraones), se consideraban a sí mismos como dioses en el ámbito de la religión politeísta y supersticiosa que profesaban. Eran hombres llenos de orgullo y egocentrismo que creían que todos los demás le tenían que rendir pleitesía.

Un personaje de esos fue el responsable de la decisión de intentar frenar el crecimiento de la población esclava (israelitas) ordenando la muerte al nacer de todos los bebés varones; situación que conocemos ampliamente porque ahí inicia la historia de Moisés.

Cada hombre que llegaba al trono se caracterizaba por resultar ser peor que su antecesor y el Faraón contemporáneo de Moisés no fue la excepción.

Hombre malvado lleno de soberbia y necedad que le llevó a ejercer una brutal dictadura en contra de un pueblo que llevaba esclavizado más de 400 años y sin importarle el sufrimiento de la gente endureció la carga sobre ellos y los puso en condiciones miserables.

Aparece entonces la figura de Moisés que recibió la instrucción divina para que sacara al pueblo de Egipto y lo llevara a la Tierra Prometida, pero tenía que obtener la autorización del tirano gobernante.

El duro corazón del Faraón se cerró en sí mismo y no quiso escuchar la justa demanda de Moisés que solicitó le permitiera sacar al pueblo para llevarlo a un mejor sitio, donde ya no estaría como esclavo y podría disfrutar las bendiciones del fruto de su trabajo; pero el gobernante lo ignoró y por su dureza le sobrevinieron varias circunstancias adversas (plagas) que golpearon fuertemente su ego, pero ni así se doblegó, hasta que tuvo que enfrentar la derrota de su primogénito.

Ese duro golpe terminó con su sueño de continuidad en el trono; la ilusión de ver su dinastía en pleno ejercicio del poder gobernando a un pueblo sometido y hambreado que sin objetar les rindiera honores.

Ese golpe caló en el corazón del Faraón y tuvo que ceder en medio del dolor y la impotencia, para que el pueblo iniciara su peregrinar rumbo a la Tierra Prometida.

La historia registra una última reacción visceral del gobernante, mandando a su ejército a acabar con los que ahora consideraba sus enemigos, por considerarlos culpables de su desgracia por el sólo hecho de haber acudido a su palacio a pedir lo justo.

Quienes han visto la película podrán recordar el momento en que las aguas del mar se separan para que el pueblo pasara y el momento en que las aguas vuelven a su sitio arrastrando a todo el ejército del Faraón, sus cercanos y sus aliados, haciendo más grande su derrota.

Sin duda la vida del gobernante cambió después de ese acontecimiento; debió ser como caer en una obscura prisión interior, donde las imágenes de lo que fue su sueño de poder se transformaron en pesadilla.

Los que antes lo elogiaban desaparecieron; los que antes fueron sus amigos muy pronto cambiaron de color y lo dejaron solo. Triste final para un gobernante.

La historia se encuentra plasmada en la Biblia (Éxodo capítulo 7 al 14) y aunque tiene un final feliz para el pueblo, deja una gran enseñanza que hay que tomar en cuenta para no tener que repetirla.

Un pueblo agraviado, sometido, con hambre y sin justicia, es un pueblo que clama desde el fondo de su corazón y sus plegarias son escuchadas por Dios.

Y como Dios es bueno, lo que vendrá será un acto de justicia en el que el tirano traerá juicio sobre sí mismo y sin remedio será castigado. Es mi pienso.

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