En Veracruz dejamos de salir de noche, y es que antes acostumbrábamos caminar alumbrados por la luna; dejamos de hacerlo porque la luna se convirtió en un faro que nos hizo visibles a los criminales, esos sujetos que habían recibido la venia de un gobernante para cobrarnos el derecho de transitar, de convivir, de respirar, de vivir. Fue una época de tinieblas en la que nos sentimos atados de manos, un tiempo en que nos empezamos a acostumbrar a los tiroteos, a los asesinatos, a los robos, a los levantones.
Fue un tiempo que se prolongó demasiado, pasó un sexenio y llegó otro, paso un criminal y llegó un loco, un gobernador irresponsable que le dio autoridad a una élite de policías que se convirtió en un azote. Entonces nuestros hijos y hermanos empezaron a desaparecer. Pero ya no eran los grupos criminales los que se ocupaban de levantarlos, ahora la misma policía se ocupaba de eso. Y si ellos los levantaban, ¿a quién íbamos a acudir? ¿Cómo denunciar a la policía ante la misma policía? ¿Cómo decir ante una institución que sus elementos se habían convertido en criminales?
Primero salieron a la luz las fosas, poco a poco. Primero decenas de fosas, luego centenas, ahora sabemos que en Veracruz hay más fosas llenas de cadáveres que municipios. Ahí fueron a parar miles de levantados, ahí fueron a parar nuestros hijos, nuestros hermanos. Ahí estaban las fosas, sólo faltaba encontrar a quienes las cavaron.
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