Armando Ortiz / La comunicación es un acto generoso. Comunicar es compartir mensajes, información, sentimientos, alegrías y dolores. El que comunica otorga, brinda, busca hacerse común con el otro. La comunicación es un ejercicio que nos hace civilizados, por lo tanto, los comunicadores profesionales deberíamos de serlo. Y digo profesionales porque si bien todos nos comunicamos, sólo un grupo selecto ha hecho de la comunicación uno de los objetivos primordiales de su vida.
La base del periodismo es la comunicación. Dentro de los diversos géneros que abarca el periodismo está el artículo de opinión. De acuerdo con el maestro de periodismo Alberto Dallal, “el artículo es una pieza en prosa o una alocución que comenta un acontecimiento reciente, de interés social e inmediato”. Es cierto, el artículo de opinión debe ser puntual, para acontecimientos del pasado, históricos, están otros géneros. El artículo de opinión es un ejercicio subjetivo en el que el autor ejerce la libertad de plantearnos su verdad, ya sea como testigo de un acontecimiento, como especialista en el tema que trata, o como un explorador que se introduce en un tema que le interesa. Este último, si bien pudiera encontrarse en desventaja, debe, para no estarlo, hacerse de las herramientas necesarias para brindar una versión correcta, adecuada del tema que quiere tratar. Para eso debe documentarse y entender a cabalidad el tema del asunto a tratar. Porque la ignorancia no está en no saber de un asunto, la ignorancia está en hablar de lo no se sabe, de lo que no se ha investigado.
El artículo de opinión debe cumplir ciertas reglas que son las mismas para todo el periodismo: Debe ser descriptivo, breve, preciso y accesible, es decir, debe estar escrito en un lenguaje que se comprenda.
En la actualidad un escritor de artículos de opinión se prestigia por lo que escribe o dice. Hay profesionales que han entendido eso. Abogados, economistas, académicos, políticos, estudiantes y hasta amas de casa se han dado a la tarea de expresar su opinión en artículos que publican en páginas web o en blogs. Antes, en los medios impresos, el articulista contaba con el beneficio de un corrector de estilo, un editor. Hoy día uno es su propio editor y se corre el riesgo de que algunos errores básicos, sobre todo ortográficos se cuelen y entonces el artículo de opinión desprestigia.
Ante el auge de los portales informativos de internet, ante la falacia de que todos los que publican artículos de opinión son líderes de opinión, hoy día cualquier pendejo escribe artículos de opinión y hasta se siente columnista. Estos sujetos tienen la impertinente idea de que todo lo que piensan es tan interesante que deben plasmarlo en un artículo de opinión y lanzarlo a las redes sociales para que los amigos alimenten su ego. Esto ha rebajado la calidad de muchos articulistas que muchas veces no dan su opinión sobre algún asunto importante, sino que deslizan trivialidades dignas de ser olvidadas de inmediato. Otros que se creen que escribir es cualquier cosa, lo hacen sin el menor respeto a las reglas gramaticales, exhibiendo con ello el caos que existe en su pensamiento.
Hace unos meses me gané una enemiga. Me la presentó otra amiga en una cena dizque de intelectuales. Por eso decidí leer algunos de sus artículos y ¡vaya sorpresa! En un párrafo de siete líneas encontré 14 errores ortográficos. Tenía además problemas con la sintaxis y confundía los adverbios con los adjetivos. Le escribí un mensaje, en honor a la amistad con nuestra amiga común, en donde hasta me ofrecí para corregir esos textos antes de que lo subiera a la página web donde publica su columna. ¡Me agarró una tirria!, todo por andar de salva almas.
Por esta razón y para competir con la masificación de opiniones que se desarrollan sobre todo en las redes sociales y medios electrónicos de información, el articulista debe recurrir a ciertas estrategias textuales, informativas y de investigación para producir textos que puedan ganarse un lugar en este universo comunicativo, no sólo por la pertinencia y la puntualidad de su contenido, sino por el empleo de los principios que rigen al género de opinión.
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