Jorge Flores Martínez / Luis Echeverría es tan desagradable que los mexicanos preferimos omitir hasta su memoria. Fue el peor exponente del populismo tercermundista y el inicio de una debacle económica que pagamos muy caro los mexicanos. Lo que vino después con López Portillo fue tan solo la continuidad de una figura presidencial que perdió todo sustento con la realidad.
De Echeverría no tengo mayores referencias personales, es con López Portillo que recuerdo claramente que, un día yo estaba lavando el coche familiar cuando de la nada mi mamá gritó, ¡Desgraciado ladrón! Yo subí corriendo a la cocina y me encontré a mi madre llorando. Se trataba del último informe presidencial de López Portillo, en el cual anunció que las cuentas bancarias en dólares se convertían a pesos al cambio que determinaba el gobierno.
Mis padres poseían una pequeña cuenta en dólares para cubrir unas deudas que tenían, ya que habíamos vivido un par de años en EEUU por un doctorado que realizó mi papá en esos años. Perder ese dinero representó un serio revés en la economía familiar. Lo siguiente que puedo recordar es que los aplausos de nuestros legisladores agradeciendo ese robo duraron una eternidad.
Unos años después llegó poco a poco la democracia a nuestro país. Se trataba de una lucha desigual y en todo caso a contracorriente. Primero las elecciones en el Bajío que el Estado se negó a reconocer, hasta finalizar con la primera victoria de la oposición en Baja California.
Fui testigo, como muchos de nosotros, de 1988, donde Clouthier y Cárdenas se enfrentaron a todo el aparato de gobierno para exigir democracia y una elección en condiciones de igualdad. Voté y esa misma noche vi como Manuel Bartlett anunció que se había caído el sistema y horas más tarde se dio como ganador indiscutible a Carlos Salinas de Gortari. El ambiente social rebosaba de esa sensación de fraude y engaño que los mexicanos no queríamos más.
Salinas de Gortari nos prometió el primer mundo, una política dirigida por él como líder indiscutible y un proyecto transexenal. Al final se trató de una administración que ni nos veía ni nos escuchaba.
El final del sexenio marcó a toda una generación de jóvenes: asesinatos, el levantamiento zapatista y una elección marcada por el miedo. No puedo olvidar a Cárdenas y Fernández de Ceballos en el primer debate entre candidatos presidenciales. Recuerdo que Fernández de Ceballos me interesó, pero desde esas fechas no me gustan los políticos que representan un personaje, que actúan o buscan una imagen casi de caricatura para diferenciarse.
El desgaste del PRI era extraordinario, no podíamos hablar de llevar a México al siglo XXI con un sistema político anacrónico y tan pobre democráticamente. Es inolvidable Fidel Velásquez declarando que el PRI había llegado a madrazos y solo a madrazos dejarían el poder. Lo bueno es que nuestra transición fue pacifica, la denominaron de terciopelo. Zedillo aceptó la derrota y la oposición, después de décadas de lucha, llega al poder.
Es importante mencionar que en esos años, antes de la transición, el mismo gobierno inició con la construcción de las instituciones democráticas del país, para lograr una participación ciudadana lo menos convulsa posible y que se tuvieran los canales políticos necesarios para tener elecciones creíbles. No se trató de una graciosa concesión del Estado, más bien fue resultado de una lucha por nuestros derechos democráticos como ciudadanos, una lucha activa de miles de actores y por medio de nuestro voto, de millones de mexicanos exigiendo democracia.
Entiendo que, como mexicanos, depositamos toda nuestra esperanza en la democracia, de alguna forma fuimos muy ingenuos, pero no fue nuestra culpa, simplemente no sabíamos qué representaba ser un país en democracia y los alcances que esta tenía. Creímos que solo la democracia resolvería todos nuestros problemas como país y tarde nos dimos cuenta que no es así. Ser un país con democracia es tan solo un factor más para resolver nuestros problemas, posiblemente no el más importante, pero si es indispensable en un México tan diverso y complejo.
Después de dos sexenios del PAN, nuestra aun incipiente democracia consideró que era buena idea darle una nueva oportunidad a un PRI supuestamente regenerado y sin los vicios de antaño. Nos encontramos con un PRI frívolo y profundamente más corrupto.
Al finalizar el sexenio del Peña, después de escándalos terribles de corrupción, que debemos tener claro, fueron evidenciados gracias a esas instituciones democráticas que los mexicanos nos construimos con mucho esfuerzo, que la sociedad decidió, harta de los políticos corruptos, darle un voto de confianza a López Obrador.
Prometió todo, barrer la corrupción como se barren las escaleras, vender el avión que ni Obama tenía, crecer al 6%, acabar con la violencia desde el primer día, cambiar el régimen político, bajar el precio de las gasolinas, una mejor democracia, terminar con la mafia del poder, ser austero y republicano, entre muchas otras cosas más.
Hoy nuestro presidente ya tiene un año gobernando los destinos del país, la mejor idea que tuvo fue reunirse con miles de acarreados en un Zócalo atestado, para escuchar el aplauso y el agradecimiento del pueblo de tenerlo como presidente de México.
Adiós a la democracia y regresemos a los festejos al presidente. Como ciudadanos tenemos que agradecer que no importa que no haya crecimiento económico y que la violencia esté peor que nunca.
Después de 50 años estamos otra vez más cerca de Luis Echeverría que del siglo XXI.
Nota.- El viernes 13 de diciembre a las 18:00 horas los espero en la presentación del documental San Bruno, La Fábrica. La cita es en la ex fábrica de San Bruno.
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