Muchos reproches recibí por causa de mi indecente regocijo. La muerte de Fidel Herrera ocurrió como un suceso inevitable, un suceso que nos habrá de ocurrir a todos. Los que queden, una vez que faltemos, hablarán de nosotros, como hoy me toca a mí hablar de Fidel; algo que hice aún cuando él era gobernador. Los cómplices de Fidel Herrera claro que tienen que hablar bien de él; a muchos de ellos les llenó las alforjas de dinero mal habido, dinero que todavía les alcanza para pagar su internet y asomarse a las redes sociales para ver qué ocurre.
Otros lo excusan con frases que sólo muestran la degradación a la que llevó la moral y los valores de los veracruzanos: “Es cierto, Fidel nos robaba, pero nos dejaba contentos”. El domingo 11 de mayo el Congreso de Veracruz llevará a cabo un homenaje póstumo de cenizas presente al exgobernador Fidel Herrera Beltrán. Algunos diputados ya dijeron que no asistirán, otros con gusto mandan invitaciones para que el pleno del Congreso de Veracruz se llene de amigos y familiares, de veracruzanos que vivieron el sexenio del 2004 al 2010.
Ojalá se asomen también las pseudoviudas, aquellas a las que dejó bien acomodadas, con hoteles boutique con vista al Estadio Xalapeño. Ojalá también vayan los hijos putativos de Fidel, esos que usaban roja hasta la truza, esos que hoy tienen un lugar elegido en el palacio del ostracismo. Ojalá la sala del Congreso se llene, ojalá se asomen todos los que, como buitres, comieron junto con él del mismo cadáver.