En su décimo aniversario luctuoso, recordamos al maestro Guillermo Zúñiga. Murió el 23 de abril; cuatro siglos atrás, en el mismo día, partió Cervantes

Zúñiga
Silvia Tomasa Rivera, Armando Ortiz y Guillermo Zúñiga FOTO: WEB

El 23 de abril de 2015 murió el maestro Guillermo Zúñiga. Era jueves y esa noche, hace 10 años, me puse a escribir estas palabras para atenuar el dolor de su partida: «Querido Guillermo, el jueves por la noche, después de escribir mi artículo de Viernes Contemporáneo, me enteré de tu muerte. Hace días que el presagio de tu partida nos andaba acosando, nos buscaba en las angustias, en los respiros, en las palpitaciones; embestía nuestras esperanzas, porque a pesar de la inclemencia de tu cáncer queríamos que te recuperaras, que volvieras a sonreír, que volvieras a soltar esa sonora carcajada de barítono que hacía estremecer los cristales de tu ventanal; nos hacíamos ilusiones y cada que nos llegaba una noticia de tu salud le tapábamos los oídos a la esperanza para que ésta no se desanimara y nos dejara en el abandono total. Se nos olvidaba que la esperanza, lo decía Emily Dickinson, es “algo con plumas que se posa en el alma” y que aún en medio de la más terrible tormenta su voz es más dulce y su canto no cesa.

»(…) Yo te recuerdo bien, enérgico a ratos, pero con la capacidad de recuperar el buen humor que siempre te caracterizó. Había un joven en ti que a cada rato se soltaba las ataduras de la edad y se asomaba para saludarnos con su sonrisa; se asomaba ese joven como el sonrojo en un rostro apenado, como el orgullo en un rostro complacido. (…) Querido Guillermo, después de ti, ¿a quién le vamos a poder llamar profesor? Elevaste el oficio de maestro al grado de apóstol. Recorriste las ciudades de tu tierra, Veracruz y enseñaste, al que tenía hambre, a cocer pan, al que tenía sed, a abrir pozos, al que tenía algo que decir, a escribir libros; enseñaste a pescar en lugar de regalar pescados. Nos enseñaste a pensar, a decir, pero sobre todo a escuchar. Te hiciste apóstol de la educación fundando escuelas que son esperanzas. Enseñaste a los que querían estudiar que no se requiere de un edificio especial para aprender.

»Nos enseñaste que la universidad está en uno. Nos enseñaste que para aprender sólo se requiere voluntad; con tu ejemplo también nos enseñaste lo que es la voluntad. (…) Sabía que el maestro estaba enfermo. Pero había algo en él que nos impedía pensar en la muerte. Me pasó lo mismo con mi amigo Roberto Williams. Hay hombres que son como árboles gigantes que dan sombra, que dan frutos; como árboles gigantes a los que acudimos para buscar refugio y alimento. Nos cuesta imaginar que algún día esos árboles enormes dejen de dar sombra, dejen de dar frutos. El profesor Guillermo Zúñiga murió el 23 de abril de 2015, el mismo día que, cuatro siglos atrás, lo hiciera Miguel de Cervantes Saavedra». Diez años después la sombra refrescante de Guillermo Zúñiga todavía nos cubre; sus frutos, como su recuerdo, todavía nos nutren.

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