Cuando Bruce Johnson ofreció un deslumbrante anillo de 70,000 dólares a Caroline Settino en 2017, seguramente no imaginó que este símbolo de amor terminaría en el centro de una disputa judicial. Años después, este anillo no solo marcó el fin de una relación, sino también el inicio de un precedente legal que transforma cómo Massachusetts aborda los compromisos rotos. La relación, que comenzó con viajes a destinos paradisíacos y regalos de lujo, se desmoronó tras un diagnóstico de cáncer de próstata para Johnson y el descubrimiento de mensajes en el teléfono de Settino dirigidos a otro hombre. Aunque Settino negó cualquier infidelidad, el compromiso se rompió, dejando una incómoda pregunta en el aire: ¿quién se queda con el anillo?
Inicialmente, un juez determinó que Settino podía conservarlo, pero Johnson llevó el caso hasta la Suprema Corte del estado. En su fallo, los jueces rompieron con seis décadas de jurisprudencia que vinculaba la culpa con la propiedad del anillo. Declararon que este debe ser devuelto al comprador si el matrimonio no se consuma, eliminando la carga de analizar quién fue responsable de la ruptura.
“El amor puede ser incondicional, pero los anillos de compromiso no lo son”, concluyó la Corte, alineándose con una tendencia nacional que prioriza lo pragmático sobre lo emocional. La decisión no solo devuelve el anillo a Johnson, sino que también redefine cómo el sistema legal estadounidense lidia con los fracasos amorosos.