Esos adultos mayores son los que más apoyo requieren de las instituciones y de nosotros, los ciudadanos. En la antigüedad el anciano era, de acuerdo con sus consejos, hombre reverenciado, de cabello blanco, recio, hombre de edad, de mucho tiempo, experimentado, que se ha esforzado; el que aconseja a la gente, dueño de la palabra, maestro. En el caso de la mujer anciana ella era la reverenciada, noble anciana, corazón de la casa, rescoldo del hogar, custodia del mismo; la que aconseja y amonesta a la gente, luz, antorcha, espejo, turquesa, dechado. Sin embargo, en este siglo XXI las cosas han cambiado, pero no de manera definitiva.
Con el paso del tiempo la vejez se convirtió en sinónimo de incapacidad mental y física, enfermedad y debilidad. Son muchos los esfuerzos que se han estado llevando a cabo para recuperar la dignidad y relevancia de los adultos mayores en la sociedad; pero no han sido suficientes. Conmemorar cada 28 de agosto al Adulto Mayor nos debería ayudar a reflexionar en que algún día nosotros también seremos adultos mayores y que lo que hoy día estemos haciendo para mejorar las condiciones de nuestros ancianos de ahora, será para provecho de nosotros cuando lleguemos a esa edad.
