Vicente Romero Cortina, un árbol que cuando llegué a Misantla ya estaba ahí; te pido que aceptes mis flores tardías, mi vocación equívoca de poeta

Romero
Vicente Romero Cortina, un árbol que cuando llegué a Misantla ya estaba ahí FOTO: WEB
- en Avenida Principal, Carrusel

Cuando yo llegué a Misantla Vicente Romero Cortina ya estaba plantado ahí, como muchos de los árboles que hermosean el paisaje. No conozco sus orígenes, nunca supe quienes fueron sus padres, quienes sus antepasados; no me enteré si bajó del cerro o si llegó del mar cargando los huesos de sus ancestros, como los personajes de las novelas de García Márquez. Sólo sé que ya estaba ahí, como los árboles plantados que tienen mucho follaje. Él ya estaba ahí dando fruto a su tiempo, dando sombra, dando frescor. Gentilhombre siempre tuvo un vaso de agua para mí, una cerveza o una “queliteña”; don Vicente siempre tuvo palabras encomiables para mi persona; si por alguien me sentí hijo predilecto de Misantla fue por él.

Vicente Romero padre no pecaba de verbilocuencia, era parco en su hablar, directo, determinado, con sus anécdotas llenas de humor y sabiduría. En su papel de “pierde almas” una tarde, junto con su hijo Vicente, David y el poeta Manolo Santiago, recorrimos las cantinas más sórdidas de Misantla. Esa tarde don Vicente, cual fiel Virgilio, nos condujo por los pasillos de un “infierno de todos tan temido”, el infierno de las personas olvidadas. Viejo de muchas vidas, más que de años, Vicente Romero Cortina tuvo varios hijos, varias ramas donde las aves hicieron nido.

Me llamaba la atención que cada que íbamos al restaurante “El Quelite”, donde degustábamos esa deliciosa cazuela de mariscos, o esas ricas empapatadas, los hijos y los nietos de Vicente llegaban ahí, a cobijarse en la sombra del abuelo, en la cocina de la abuela, en el sitio que fue fundado con el corazón y el esfuerzo. Pero una tarde, el golpe de la muerte, como un hachazo incandescente, lo hirió. Dice Jaime Sabines: «Tú eres el tronco invulnerable y nosotros las ramas, por eso es que este hachazo nos sacude». Muere don Vicente Romero Cortina y con él muchas cosas se perderán. Sé que extrañaré esos desayunos condimentados con su plática; temo que esa cazuela de mariscos ya no me sepa igual, o que las empapatadas vayan a perder su gracia para mí; tengo miedo de comprobarlo.

Muere un hombre y se sacude un pueblo, se levanta el polvo que en la madrugada había sido amansado por el rocío. Muere un hombre y de repente la muerte, que siempre nos había parecido irremediable, ahora tiene cara de puta y nos dan ganas de escupirle la cara. Hoy no me queda más que abrazar a tus hijos con el deseo de que ese abrazo te alcance a ti, amigo. Mañana, cuando visite tu tumba, te pido que aceptes mis flores tardías, mis rezos tempranos, mi duelo íntimo, mis palabras sinceras, mi equívoca vocación de poeta. Descansa en paz amigo.

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