La pesada loza que carga el PRI desde que casi fue borrado del mapa por el tsunami de López Obrador en 2018, cada vez se hace más pesada. Las declaraciones que le achacan al presidente del tricolor en los audios que disparó la gobernadora campechana, Layda Sansores, reflejan un rencor y un odio contra el trabajo de todos los periodistas mexicanos. Esa postura arrogante y desfachatada de Alejandro Moreno al negar que su voz es la suya, habla de un personaje que no está dispuesto a reconocer que habló de más.
Es un líder que no sabe pedir disculpas y, que por lo mismo, dilapida lo poco que queda del que fue el partido hegemónico en México. Atrás queda la aplanadora electoral bien aceitada, el partido tricolor no ha podido superar las derrotas del 2000 y 2006 y, seguramente, este domingo de elecciones podría perder el estado de Hidalgo, uno de sus últimos bastiones.
De manera que un partido que tiene un líder sin la humildad de reconocer que se equivocó y que su soberbia y ego desbordado le impiden pedir perdón a los periodistas mexicanos, a quienes dijo que «hay que matar de hambre», no merece tener relevancia en el escenario político mexicano.
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