Bernardo Gutiérrez Parra / Cuando iba a ser papá por primera vez compré un libro que según en prólogo, nos ayudaría a mi esposa y a este tu servidor lector, a encontrar el mejor nombre para nuestro hijo o hija. El libro terminó en la basura porque de haberle puesto cualquiera de esos horribles apelativos a la inocente criatura, quizá aún estaría en el bote por haber matado a sus padres.
A lo largo de mi vida he conocido personas que cargan con cada nombrecito que incluso caminan medio jorobadas. Si los padres van a escoger un nombre para su heredero porque les suena bonito deberían irse a la etimología, porque por ahí es por donde pueden amolar al pequeño para todos los días de su vida.
Tuve un amigo llamado Leocadio que era chaparrito, bonachón y moreno retinto; tanto que le decíamos Copo de Nieve. Muerto de la risa me dijo que su papá le puso ese nombre porque su etimología quiere decir “Blanco o Brillante”. Otro llamado Filogonio cuya etimología es “Amigo de su generación o su estirpe”, me confesó que no le gustaba ni el nombre ni la etimología: “Pero ni hablar… qué le hago mi hermano”, me decía resignado.
En tiempos de María Canica había padres que escogían el nombre de su hijo o hija de acuerdo al santoral y esas sí eran fregaderas. Si una niña nacía el día de San Silvestre le ponían Silvestra. Lo mismo sucedía con las nenas que nacían el día de San Ruperto, Clodomiro, Agripino, Obdulio, Parsimonio (pásumechas) y 20 mil etcéteras.
Si tu lector naciste el 12 de diciembre y te pusieron Guadalupe pero eres octogenario o nonagenario ¡ánimo!, ya falta menos.
Hay quienes son fanáticos de algún equipo de futbol y sus hijos están pagando el pato porque llevan nombres de esos clubes. Otros son muy patriotas y el chamaco se llama Masiosare, pero los hay muy buches que le pusieron Ladys Bar a su hijita.
En fin, el chiste era pegarle en la torre al recién nacido, pero eso era antes. Gracias a Dios ahora podemos ir al Registro Civil y cambiarnos el nombre que hemos usado por años por uno a nuestro gusto. Por muy fregado que esté, pero a nuestro gusto.
Lo que no me explico, es en qué estaría pensando Axayácatl cuando le puso Cuitláhuac al segundo de sus hijos. De acuerdo con la etimología náhuatl Cuitláhuac es “El que está encargado de algo”. Es decir, la etimología es tan etérea (¿encargado de qué?) que ya desde ahí debió pensar en otro nombre porque la bronca es que Cuitla quiere decir: “Excremento; cosa difícil”. Pero además tiene un par de variaciones de a tiro muy carambas como “Dueño de excremento” o “Excremento seco”.
Con todo y el nombrecito y quizá sobreponiéndose a él, este heredero del trono de su hermano Moctezuma fue el único rey azteca que derrotó a Hernán Cortés y sus tropas. No hay que olvidar la corretiza que le puso al extremeño que no paró hasta llegar al Árbol de la Noche Triste donde se sentó a llorar.
Me pregunto si este valiente guerrero no le reclamó de niño a su padre por haberle endilgado un nombre tan escatológico. Y no sé, a veces quiero imaginarlo quejándose frente a Axayácatl. “Oye pa, ¿qué te hice para que me fregaras de tan fea manera? Si tenías algo con mi mamá ¿por qué no te desquitaste con ella?
A pesar de que murió a los 44 años y su reinado duró sólo 80 días, Cuitláhuac fue un rey inteligente y un estratega brillante que enseñó a su pueblo que los españoles no eran invencibles.
También me pregunto si se sentiría orgulloso de que el gobernador de Veracruz lleve su nombre, porque en contraste con él, el Cuitláhuac de acá sigue repartiendo culpas y acumulando dolorosas y vergonzosas derrotas, no sólo contra la delincuencia sino en todos los ámbitos.
Y la respuesta es no; no se sentiría orgulloso. No sólo porque el nombre del rey azteca le quede muy holgado al gobernador, sino porque existen entre ambos diferencias abismales.
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