Lo rifaron, pero no lo rifaron. Lo ofertaron, pero no lo pudieron vender. El avión presidencial ha significado un gasto constante por tenerlo guardado y por mantenimiento, y ¿todo para qué? El presidente López Obrador no se va a subir en él porque sería el colmo de su incongruencia. Tanto pregonar que se desharía de ese avión y no poder hacerlo debe de ser frustrante. Al final parece que el gobierno se dio por vencido, y el avión que avergonzaba al gobierno y a los mexicanos va a ser ocupado por los atletas olímpicos.
Arturo Herrera, secretario de Hacienda, al explicar que el avión presidencia voló a los Estados Unidos, tuvo que confesar: «Fue para mantenimiento y la idea es que entrara ahora en el proceso de mantenimiento para que pueda regresar a finales de mes. Se tiene hasta ahora programado trasladar a los atletas olímpicos a los Juegos Olímpicos de Tokio, el tiempo estaba pensado justo».
A pesar de eso el secretario de Hacienda dice que el avión sigue a la venta: «Se acaba de iniciar un nuevo proceso de compra, se están abriendo las posturas, justo el mantenimiento es lo que ayuda a determinar cuál es el estado actual y eso es lo que va a determinar los precios base sobre lo cual se va a empezar a discutir». El avión presidencial es un emblema icónico de cómo se mueve la Cuarta Transformación, entre la incongruencia y la frustración.
El avión presidencial, ícono de la corrupción, derroche, culto a la personalidad, cuando las conciencias tenían precio y ponían precio al silencio, hoy se puede decir los que sea.