En la Suprema Corte de Justicia hay once ministros muy versados en las leyes; jueces que por su preparación y experiencia están por encima de las interpretaciones a las que nos atenemos los que no sabemos de leyes. Por ello, siempre esperé entre ellos cierto consenso, es decir, más coincidencias que diferencias; o al menos no esperaría uno de los ministros posturas tan diametralmente opuestas. Pero las hay. ¿Por qué? Por la orientación, no la interpretación que cada ministro le da a las leyes. Y aquí viene mi desilusión.
Es la orientación del ministro la que determina su interpretación. En ese caso, ya orientado, el ministro interpreta, argumenta y decide a partir de esa orientación. Esto indica que antes de interpretar, antes de argumentar, antes de decidir el ministro ya estaba orientado hacia un fin. ¿Qué fin? Quedar bien con algo o con alguien. Ese algo, ese alguien, es lo que lo orienta. Ese algo debería ser la correcta aplicación de la ley; ese alguien debería ser cada uno de los ciudadanos de un país. Pero ese algo podría ser también un interés particular; y ese alguien podría ser el titular del Poder Ejecutivo.