Juan David Castilla Arcos / Doña Teresa Ramírez ha tenido que regalar piezas de pollo por las bajas ventas que ha registrado, durante esta pandemia del Covid-19.
La señora ha comercializado dicho producto desde hace un par de años en el municipio de Coatepec, en una zona alejada al Centro Histórico.
De su cuello cuelga un mandil, en cuyos bolsillos guarda unos guantes desechables que utiliza para recibir dinero.
Sobre una pequeña mesa, usa una maza de madera para golpear la carne y elaborar filetes de pechuga de pollo.
Doña Tere se pone sentimental porque muy pocas personas la visitan, ya ni sus vecinos le compran como antes de la pandemia.
En los últimos tres meses ha enfrentado la peor crisis económica. Sus ventas han caído más del 50 por ciento.
Atribuye el problema a la pérdida de empleos durante la contingencia sanitaria y al incremento en el precio de la carne.
“Si antes una pechuga de pollo costaba 30 o 35 pesos, ahora cuesta 46 pesos. Por eso mucha gente ya no me compra”, relata.
La señora de unos 45 años ha registrado pérdidas monetarias casi todos los días. En ocasiones, usa el pollo para alimentar a su familia.
Sin embargo, otras veces, es tan elevada la cantidad de producto que no logra vender que, para no tirarlo, lo ha regalado a personas de escasos recursos.
La comerciante solo compra la cuarta parte de lo que anteriormente adquiría. El dinero no le alcanza para más.
“Mis clientes ya nada más me compran huesitos, la maciza no la llevan, porque está muy cara”, narra doña Tere.
Además, comenta que algunas polleras han abandonado su actividad durante la pandemia por las pérdidas económicas que representa.
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