Con la llegada del Covid-19 a México, Andrés Manuel López Obrador se encuentra en una encrucijada que sellará su futuro político. Antes de llegar a ser presidente de México, el tabasqueño era considerado uno de los más grandes líderes del mundo. Su resiliencia a los ataques despiadados de los hombres del poder, le ganó la aprobación y admiración de millones de mexicanos que lo llevaron a la presidencia de la República. Su desenvolvimiento en las cámaras y su férrea defensa de su proyecto, marcó la diferencia para que sindicatos de obreros, maestros, electricistas y un gran número de burócratas votaran por él.
Los que lo conocen de cerca, saben que es un hombre de talante fuerte y de pocas palabras, es un hombre muy parecido al viajero de la parábola de los talentos de oro, exige resultados donde no se ha sembrado aún. Si algo se le puede reconocer a López Obrador es que nunca se dejó vencer por el sistema corrupto al que bautizó como la “mafia del poder”. Sin embargo, la otra cara de la moneda muestra a un presidente obcecado, terco y dogmático, muy dogmático. Es cierto que los gobiernos anteriores dilapidaron los recursos, fueran del color que fueran.
Las fotografías de Angélica Rivera en la revista Hola y su Casa Blanca, eran un agravio a millones de mexicanos que intentaban sobrevivir con un pírrico salario mínimo. La corrupción fue un distintivo de los gobiernos priistas y panistas, no obstante, sólo muy pocos han pisado la cárcel gracias a la visión pacífica y conciliadora del presidente. Eso ha permitido que la mafia del poder se mimetice, y se haya colado a la 4T. Andrés Manuel López Obrador deberá de abrir muy bien los ojos, los caballos de Troya ya están galopando en los terrenos de la 4T y, desgraciadamente, algunos de ellos con la complacencia del sumo sacerdote de la 4T. Eso tenga por seguro que no ha pasado desapercibido para miles de mexicanos.
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