Arturo Reyes Isidoro / A principios de los años 70 (lógicamente del siglo pasado) conocí al abogado Othón Canales Campa, del puerto jarocho, quien comentaba que siempre se hacía una pregunta: ¿Si el mar fuera licor, le bajarían de nivel tantos asistentes al carnaval de Veracruz?
Lo recordé el martes cuando diversos medios informativos y en las redes sociales se publicaron y compartieron fotos de las playas de Veracruz y Boca del Río luciendo un tono turquesa como las que vemos en Cancún y en toda la Riviera Maya, como si Dios las hubiera lavado y hubieran recobrado su color original, un color que pudieron haber tenido en el origen de la creación.
¿A qué se debió o se debe el fenómeno?
El oceanógrafo Saúl Miranda, de la Secretaría de Protección Civil del Gobierno del Estado, en entrevista con XEU Noticias citó tres factores como el posible origen:
1. La falta de sedimento arrastrado por los ríos hasta el mar, pues al no haber lluvias en las zonas altas del estado los ríos no desfogan sedimento haciendo que el agua llegue más clara a las playas.
«Esos sedimentos son benéficos, protegen la playa y traen nutrientes para la vida marina pero ahorita como estamos en sequía no hay ese flujo de sedimentos y turbidez para la zona costera».
2. El poco oleaje que se ha registrado en la costa veracruzana, lo que permite que el mar no esté revuelto.
«El oleaje fuerte levanta la arena del fondo en las zonas de playas y produce turbidez del agua, pero no estamos en temporada de nortes que produce oleaje».
3. Gracias a la cuarentena, que ha permitido que las descargas de aguas residuales de hoteles, principalmente, hayan disminuido.
«La gente no está visitando el puerto, las playas están con poco uso y hay menos descargas residuales en la zona».
¿Usted, a cuál factor le va? Pudieron también haber contribuido los tres. En el caso del último sería un efecto positivo del Covid-19, lo que estaría dejando una lección valiosa.
El hombre, el ser humano, es el causante, directo o indirecto, de la destrucción de las bellezas que nos regala la naturaleza.
En efecto, por la falta de visitantes y el cierre de hoteles, no ha habido o han disminuido considerablemente las descargas de aguas negras al mar. También, por el cierre del acceso a las playas los bañistas disminuyeron al mínimo y se acabó la basura que dejan.
La pregunta es si los empresarios hoteleros harán conciencia sobre la necesidad de no arrojar más aguas negras y buscar con las autoridades municipales una solución que no afecte el mar.
También si los jarochos y visitantes dejarán de llenar de basura las playas, que se recoge por toneladas en especial en vacaciones, puentes y el carnaval, pero también los fines de semana.
Viajero que he sido a playas del caribe y de la Riviera Maya, a algunas de los Estados Unidos e incluso de Europa, me latió el corazón de alegría ver el milagro de nuestras playas de la zona conurbada.
Qué belleza. Creo que desde que las conozco nunca las había visto así. No dejé de pensar en el potencial turístico, incluso para los extranjeros, si a partir de ahora las cuidáramos al máximo, si las autoridades adoptaran medidas para preservar esa belleza.
¡Chin! A ver si ahora no sale la secretaria de Turismo, Xóchitl Arbesú Lago, a declarar que todo es obra suya, que si le creó playas a Poza Rica porqué no iba a poder pintar de turquesa nuestro mar.
Lector, llegamos a otro fin de semana en encierro. Y a inicio de nuevo mes, de mayo, de los aguaceros, el del día de la madre y del maestro, el de la Santa Cruz, del trabajo y de la batalla de Puebla. Te invito a que leamos algo de Mario Benedetti, que tomo de su libro Memoria y esperanza. Un mensaje a los jóvenes (Alfaguara).
“Si los responsables del mundo son todos venerablemente adultos, y el mundo está como está, ¿no será que debemos prestar más atención a los jóvenes?”
“Soy un poeta viejo y un viejo poeta, que en lugar de pensar –como muchos de los de mi generación– que los viejos somos sabios, me pregunto cada día que pasa, si el mundo no estará así porque no les dejamos lugar a los jóvenes”.
“… ¿qué le queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿vértigos? ¿asaltos? ¿discotecas?
también les queda discutir con dios
tanto si existe como si no existe
tender manos que ayudan / abrir puertas
entre el corazón propio y el ajeno /
sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines del pasado
y los sabios granujas del presente”
“Después de todo, como bien dijo Mark Twain, ‘es mejor ser un joven abejorro que una vieja ave del paraíso’”.
“Para la mayoría de los actuales adultos la conciencia es un contratiempo del pasado, una voz fastidiosa que exigía conductas intachables pero casi siempre incómodas, trozos de sacrificio o penitencias del alma. Por lo general, se trata de sumergirla en el olvido, pero es obvio que el olvido está lleno de memoria”.
“Por otra parte, el tiempo desgasta y muchos jóvenes que estuvieron firmemente afiliados a un ideal, paulatinamente se van afiliando a las coyunturas del dinero. Y entonces los escrúpulos aflojan, la conciencia se mete en su cueva y el adulto pasa a ser otra cosa, con otro infecundo albedrío. Como ha denunciado el mexicano José Emilio Pacheco, ‘ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los veinte años’”.
“A la juventud no hay que encerrarla en un claustro; como mejor funciona es al aire libre. Ahí es cuando el sol la ilumina, la lluvia la riega, el viento la despeina. Y entonces no miente, se afirma en su verdad, trata de proyectarse hacia el futuro”.
“Si uno se instala en una esquina y ve pasar jóvenes y jóvenes, muchachos y muchachas, está en condiciones de adivinar cómo será el futuro”.
“El sexo con amor deja saludables huellas en el ánimo y permite que el joven se sienta crecer en todos los sentidos. Paralelamente y a medida que pasan los años, el sexo con amor se va transformando en amor con sexo, y hasta puede ocurrir que, en los tramos finales, quede sólo en amor. Pero algo es algo”.
“Aun en la vejez, la lejana juventud tiene presencia. Si a los ochenta años uno rememora lo que fue a los veinte, aquella antigua, no olvidada frescura, anima a seguir existiendo. La muerte propia está ahí, a la vista, pero si el veterano aún tiene vigor para enfrentarla con escudo de la juventud, la muerte accede a postergar su letal advenimiento. Algún día se hará nuevamente presente y ya no habrá más escudo protector, puesto que hay algo inevitable: la memoria de la juventud tiene una obligación: también se marchita”.
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