Réquiem por Chunfo Zayas

Chunfo
Luto FOTO: WEB
- en Opinión

Sergio González Levet / Dicen que el lunes se empezó a sentir mal y su esposa, doña Manuelita, lo llevó a hospital, a donde llegó grave. Tanto, que este martes falleció en la ciudad de Misantla, pasados los 90 años, don Arnulfo Zayas Luna.

Lo traigo a colación porque Chunfo era todo un personaje, un referente en el pueblo y un modelo de vida para los que andan buscando una justificación a su existencia.

Nació en el seno de una familia bien avenida, que se encargaba de procurar el frío a todos en esa tierra que en los calores sofocantes de abril y mayo, en la canícula infernal de julio y agosto apenas daba un recreo a sus habitantes enfundado en una paleta o un buen pedazo de hielo en la jarra de agua de temporada.

Pero Chunfo era inquieto, y sus ímpetus lo llevaron por un mal camino, porque cayó, un jovencito apenas, en el horrible vicio del alcohol, al grado que su padre, don Rosendo, no tuvo más remedio que correrlo de la casa, aventarlo del hogar a que viviera la mala vida que había elegido.

Pero Chunfo también tenía la buena sangre en las venas y el reducto de una educación forjada en el trabajo, en la honradez: dejó el hogar, buscó un solar y ahí fue tendiendo su casa primero con tarros y láminas, y poco a poco con mejoras de mampostería.

Dejó también el alcohol, refugiado con los héroes desconocidos de alcohólicos anónimos, y se convirtió en lo que ya era: un hombre de bien.

Para sobrevivir, para formar a su familia y para levantar a sus hijos uno por uno, se dedicó al oficio que había aprendido desde la cuna, y empezó a hacer un bote de nieve todos los días, que vendía en vasito o en tostado por todo el pueblo, arrastrado por un carrito de una sola rueda, que él levantaba y empujaba con el orgullo de su fuerza, que nunca menguó y le permitió seguir trabajando prácticamente hasta el último de sus días.

Chunfo era el nevero de Misantla, y cada mañana lograba el milagro de transmutar la leche y las frutas y el azúcar en sabores inimaginables, en prodigios para el paladar que sólo podían resolver las imaginativas mentes de los chiquillos que íbamos corriendo a su carro y nos subíamos en él para asomarnos al bote y ver ahí dentro el mango prodigioso, el mamey casi imposible, las volutas de olor del cacahuate, la magia prehispánica de la vainilla y el chocolate.

Los conos de harina en los que montaba esos prodigiosos resultados de su ciencia eran perfectos, livianos, delgados y firmes, tostados con amor y paciencia para que no se pusieran duros ni perdieran su suavidad crocante.

Chunfo Zayas nos ha dejado y seguramente en el cielo Dios se ha de estar dando un festín de nieves, vuelto niño y trepado en el carrito verde que se fue con él, mientras le pregunta, él que todo lo sabe, ansioso y emocionado:

—¿De qué es hoy, Chunfo?

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