Todos recordamos cuando en las ferias, en los juegos de concursos el que voceaba los premios e invitaba a jugar decía que cierta persona se había ganado una lavadora de ropa. Todos levantábamos la vista para ver a la afortunada y buscábamos con la mirada el premio. A la hora de entregar el premio a la persona le daban una tina de plástico, una lavadora de ropa. Así también, cuando anunciaba que se habían ganado una máquina de escribir, entregaba un lapicero; de alguna manera, eso nos divertía.
Lo que no divierte a los mexicanos es el jaleo de la rifa del avión presidencial. Esta, a ojos vista, fue una ocurrencia de Andrés Manuel López Obrador, una ocurrencia que se fue haciendo una “ideota” que no tenía salida. ¿Qué carajos iba a hacer un ciudadano común, que ganase el sueldo mínimo en México con un avión presidencial? Ante la mofa, la incredulidad y la realidad, el presidente dijo, primero para no contradecirse, que el avión presidencial sí se rifaba.
Después, para ocultar su incongruencia y contradicción salió a decir que los que se ganen la rifa no recibirán el avión, recibirán dinero; bastante dinero. ¿Y entonces el avión? Ese se queda en el hangar presidencial, esperando a ver quien lo compra o quien lo renta. Entonces, ¿para qué carajos le llaman la rifa del avión presidencial? ¿Para qué carajos viene la imagen del avión presidencial en el boleto? ¿Para qué carajos salen con que quieren rifar el avión presidencial? Mejor no hubieran dicho nada.
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