De soliloquios, espaldarazos, soberbia e incapacidad

Cuitláhuac
Cuitláhuac García Jiménez FOTO: WEB
- en Opinión

Alberto Loret de Mola / El viento corre incesante, sin tregua. Sin pausa. Mece las palmeras y obliga a guardar casa. Aquí en Veracruz es tan terco el viento del norte que nos recuerda al testarudo levante español. Y es que tienen en común eso, la tozudez. De ahí nos queremos imaginar, la arquitectura del puerto nos recuerda, siempre, que fuimos colonia, que los colonizadores, recordando el levante, edificaron sus casas y sus fuertes para resistir el pertinaz fenómeno que a más de uno enloquece porque no da tregua, porque aburre. Porque enloquece.

Lo mismo pasa con las insoportables y aburridas ruedas de prensa mañaneras. Un día y otro día, y, siempre, horas y horas de soliloquios que nos llevan a pensar en que el viejo Andrés Manuel, no es un sabio como Mujica sino más bien un merolico como Chávez o Maduro quienes, a pesar de su amor por los reflectores, ni de lejos llevaron al extremo de López Obrador tal demostración de narcisismo exacerbado. Y además, que quede claro: al señor no se le discute. Eso es parte de su egolatría ramplona.

Y así, con las obcecadas decisiones de la mal llamada cuarta transformación que, a nuestro parecer, merecerá ese mote cuando haya transformado algo como por ejemplo, y en vista del rumbo que llevamos, a los ricos en pobres, a los contribuyente en delincuentes, a los pobres en mantenidos, a los narco en terroristas y a los indígenas en las tristes bajas de la hambruna que ha llegado a la sierra desde hace mucho y hoy se recrudece transformada en palabrería que llena la cabeza, mas no el estómago. Entonces sí, habrá transformado a México en la copia barata de Venezuela o Angola.

Pero de la necedad de Andrés Manuel hablan muchos, hablan mucho y no consiguen nada. Mejor, veamos que pasa en la aldea: Cuitlahuac es una buena persona, muy preparada que, sin ánimo de ofender, bien podría ser director de la General Motors o de plano de la Comisión Federal de Electricidad, una empresa manejada ahora por un asesino, calificado como rudo, que lo que va a lograr es una revuelta a mediano plazo por su sensibilidad de rinoceronte y el equivalente al amor nazi por los judíos dirigido a los usuarios del servicio eléctrico. Ahí, podría el actual gobernador hacer un excelente papel. Pero de gobernador de Veracruz no. Por mucho que le levanten la mano más veces y con más entusiasmo que a Mohamed Ali. ¿Por qué?

Para ser gobernador del más extraordinario estado del país, el más rico y diverso, el que fuera “granero y yunque de la nación” según Acosta Lagunes, para entenderse con los sureños, con los jarochos, con los intelectuales del centro, con los norteños, con los huastecos, con los montañeses, con los costeños, se necesita de un “algo” que él solo podría adquirir con la edad y siempre y cuando recorriera una y mil veces la geografía veracruzana con los ojos abiertos a la triste y lacerante realidad y los oídos prestos a las quejas y cerrados a los piropos. Pero para eso pareciera no tener tiempo. Ni disposición. Pocos gobernadores han recibido tantos elogios, entiéndase espaldarazos del presidente en turno. Y él, Cuitláhuac, soberbio como es,  no entiende el fondo, sólo agradece la cortesía.

Que el gobernador deje de creer lo que le dicen en su corte real. Que el gobernador sea honesto y explique que, en realidad, anda aprendiendo. Que el gobernador se decida de una maldita vez, a conocer Veracruz porque del sentir de sus gobernados sabe tanto como del verdadero sentir de quien, día a día, lo sostiene. Hasta que éste, el peje, se canse.

 

Ps. Trataremos, por todos los medios, de entrevistar al gobernador para que nos aclare sobre los doscientos millones que, trascendió, le dio Duarte para su campaña. Primera llamada.

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