El dardo envenenado

Dardo
Carlos Urzúa Macías y Andrés Manuel López Obrador FOTO: WEB
- en Opinión

Aurelio Contreras Moreno / La sorpresiva renuncia de Carlos Urzúa Macías como secretario de Hacienda y Crédito Público pegó directo en el corazón del gobierno de Andrés Manuel López Obrador y su llamada “cuarta transformación”.

No tanto por la renuncia en sí misma, sino por las muy graves conductas de la administración lopezobradorista que exhibió el ahora ex funcionario en su carta de dimisión, lo que le valió ser descalificado públicamente por el mismo presidente de la República, quien dejó nuevamente al descubierto su rostro más intolerante y su personalidad infranqueablemente cerrada a cualquier atisbo de crítica y autocrítica.

La primera irregularidad que salta a la vista de las descritas por Urzúa es la referida a la toma de “decisiones de política pública sin el suficiente sustento”. Urzúa Macías afirmó estar convencido de que “toda política económica debe realizarse con base en evidencia, cuidando los efectos que ésta pueda tener y libre de todo extremismo, sea éste de derecha o de izquierda. Sin embargo, durante mi gestión las convicciones anteriores no encontraron eco”.

No es difícil desentrañar a qué se refiere el ex secretario. La cancelación arbitraria del aeropuerto de Texcoco, la construcción de la refinería de Dos Bocas, el “tren maya”, los recortes presupuestales salvajes a la salud, la educación superior, la investigación y la cultura, son todos ejemplos de “decisiones de política pública sin el suficiente sustento”, que no tienen asidero en la realidad y que responden a visiones ideológicas extremas, radicales, ciegas y, particularmente, clientelares y electoreras.

Pero lo más serio de lo señalado por Urzúa en su misiva fue que le resultara “inaceptable la imposición de funcionarios que no tienen conocimiento de la Hacienda Pública. Esto fue motivado por personajes influyentes del actual gobierno con un patente conflicto de interés”.

Para nadie es un secreto que el nombramiento de personas sin perfil, por medio del influyentismo, el amiguismo y hasta el nepotismo es una de las principales taras del régimen de la “4T”, tanto a nivel federal como en los estados donde gobierna Morena. Pero que eso lo confirme públicamente el secretario de Hacienda y Crédito Público y lo esgrima como un motivo suficiente para abandonar el barco a menos de ocho meses de iniciado el sexenio, es revelador de cuán grave y profunda es la descomposición que se gesta en ese gobierno.

Y tampoco es difícil tener una idea de a quiénes se refiere como los “personajes influyentes” que le impusieron recomendados inútiles. Una de las que más aplaudió su salida fue la secretaria de Energía y senadora por Veracruz con licencia, Rocío Nahle García, cuya propensión a colocar a sus alfiles en todas las posiciones de poder disponibles raya con la obsesión malsana. Y con el conflicto de intereses en muchos de los casos.

La renuncia y la denuncia de Carlos Urzúa tienen el efecto del dardo envenenado que no mata pero sí debilita y hasta noquea a su destinatario. Pero que además,

desvela tremendas anomalías en la conducción del país que en el corto plazo pueden ocasionar daños inimaginables si no se corrige a tiempo.

Lo trágico es que el presidente no pretende ceder ni rectificar ni un milímetro en sus posturas. Por el contrario, con el encono a flor de piel denostaba a Urzúa mientras presentaba a su reemplazo en Hacienda, Arturo Herrera, al mismo tiempo que el peso se devaluaba y caía la Bolsa Mexicana de Valores.

La cara de Herrera es el mejor epílogo de este episodio.

Duarte, el “sapo”

La repentina aparición del ex gobernador Javier Duarte de Ochoa en medios de comunicación amenazando con “soltar la sopa” de sus pactos de corrupción e impunidad puede leerse como parte de una estrategia a la ofensiva, planeada para ser detonada en este momento con el objetivo de presionar su salida de la cárcel.

El sátrapa veracruzano pretende hacerse pasar por una víctima. Pero al aceptar que negoció su entrega, que recibió dinero para dar sobornos durante su proceso penal y que está dispuesto a convertirse en delator (“sapo”, les llaman en el argot delincuencial) con tal de salvar lo que le queda de pellejo (y de millones de pesos robados) solo confirma lo que es y nunca podrá borrar.

Un criminal.

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