Publicar libros y ponerlos en las narices de los jóvenes no es una estrategia nueva. En el sexenio de Ernesto Zedillo se implementó en las escuelas de educación básica “El rincón de los libros”, una vasta colección de títulos de grandes autores, tanto nacionales como internacionales. Pero no funcionó. Las encuestas de la OCDE, Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, siempre ponían a México en los últimos lugares de comprensión de lectura. ¿Qué falló?
Los funcionarios que implementan los programas de fomento a la lectura no entienden o no quieren entender que el fomento a la lectura es un acto generoso. Sólo se fomenta o se recomienda lo que se aprecia, lo que se disfruta, lo que generosamente se quiere compartir. De tal modo que publicar libros y ponerlos enfrente de los jóvenes, como pretende el gobierno de López Obrador, sólo hará que se tropiecen con ellos, pero pocos, aquellos que ya tienen el hábito de la lectura, tomarán uno y lo leerán.
Pero aquellos que no tienen el hábito de la lectura, los pasarán por alto. Un buen programa de lectura debe crear nuevos lectores y esos sólo se logran si alguien que ama la lectura les incita a leer. Se necesita pasión por la lectura para contagiar a otra persona a leer un libro. Si no hay eso, entonces ésta será otra estrategia destinada al fracaso.
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