Nacionalismos y Demagogia

Nacionalismo
Jair Bolsonaro; Donald Trump; Andrés Manuel López Obrador FOTO: WEB
- en Opinión

Jorge Flores Martínez / Hace unos años leí en una revista de economía que la crisis de 1929 se debió a la incapacidad de la economía para absorber las tecnologías y el cambio energético del carbón al petróleo. Lo poco que recuerdo de ese texto es que, la radio, el automóvil, la electricidad y por supuesto, la nueva economía basada en el petróleo, movió todas las constantes económicas mundiales de una forma que cambió la vida de todos los seres humanos.

El impacto fue distinto en cada país, entre más evolucionada se encontrara en su proceso de industrialización, el golpe fue más fuerte y contundente. Tenemos así que en los Estados Unidos fue durísimo y de ahí, como onda expansiva, llegó a cada rincón del mundo. La economía al verse incapaz de absorber las tecnologías, se colapsó y causo una recesión mundial de enormes proporciones.

La respuesta de la política, decía el texto, fue la mas torpe posible, iniciar con proteccionismos, que no hicieron mas que empeorar todo. Abandonaron cualquier idea de mercado libre, cerraron sus fronteras y se aislaron unos de otros.

El resultado del aislacionismo fue un exacerbado nacionalismo que en pocos años se transformó en fascismo en muchos países: Italia, Alemania, España, Argentina, Brasil y aunque nos duela, tuvimos algo en México con Lázaro Cárdenas. El discurso del odio y de supremacía racial era la respuesta que tenía la política para enfrentar un problema económico.

Algunas democracias liberales mantuvieron sus principios y se enfrentaron a los fascistas en la peor guerra que la humanidad haya conocido. La historia es sabida por todos, medio Europa y buena parte de Asia devastadas, un genocidio horrible y el fascismo derrotado.

Terminada la guerra, la respuesta del mundo libre fue el comercio como la mejor forma de convivencia y prosperidad entre las naciones. Europa, que por generaciones no conocía la paz, decidieron comerciar, derribar fronteras y unirse los que antes eran enemigos jurados.

Japón, el único país que ha conocido el dolor indescriptible de dos bombas atómicas, decidió conquistar el mundo sin las armas, se convertiría en la mayor potencia exportadora del mundo y sus ciudadanos conocerían el mayor desarrollo humano del planeta.

Fue el comercio de la postguerra el que nos llevó a un desarrollo tecnológico nunca antes visto. Las redes de energía eléctrica se multiplicaron por todo el mundo, los automóviles se convirtieron en parte de nuestra vida cotidiana, la radio evolucionó en la televisión, el petróleo se consolidó como la fuente de energía mundial indiscutible y las tecnologías de la información se desarrollaron cada día exponencialmente.

En salud, la historia fue aun mejor, se terminó con enfermedades que asolaban a la humanidad desde tiempos inmemoriales, la mortalidad infantil y materna cayeron, la esperanza de vida aumentó de 40 años a los casi 80 años en el presente.

Podemos decir lo mismo en educación, el analfabetismo, tan común hace unas décadas, ahora se presenta en porcentajes extraordinariamente bajos en prácticamente todos los países del mundo.

El desarrollo humano alcanzó índices de bienestar no vistos, la población se multiplicó durante décadas y el mundo experimento una tendencia irreversible hacia la urbanización.

De todo lo anterior, el comercio fue el detonante, cada día menos fronteras, cada día más libertad económica, y es que debemos tener claro que los países prefieren comerciar en vez de hacer la guerra, no debemos olvidar que son los políticos los que nos llevan a la confrontación y al odio entre las naciones.

El comercio en su intercambio de bienes, lleva un compañero inseparable, las ideas. Fue justamente este intercambio libre de bienes e ideas el que detonó el mayor desarrollo tecnológico que la humanidad ha experimentado nunca, y es así, que ahora, igual que hace 100 años, nos enfrentamos con una economía mundial con dificultades para absorber las nuevas tecnologías y el cambio energético en proceso.

Por lo anterior, no es extraño que estén surgiendo en este momento en el mundo una serie de líderes con características de nacionalistas demagogos. Estoy convencido que no se transformarán en fascistas, seria muy simplista pensar eso, la humanidad ya tiene sus diques de contención para evitarlo. Lo interesante es preguntarse en qué evolucionarán estos nuevos líderes y qué repercusiones tendrán en nuestras vidas.

Las condiciones de ahora son muy parecidas a las de hace 100 años: el cambio energético en los próximos 20 años es inevitable; las tecnologías asombrosas de hoy, en unas décadas serán maravillosas; la temida explosión demográfica, a mediados de siglo será una población envejecida y con muy pocos niños en gran parte del mundo; y la hoy rechazada migración, se transformará en países como el nuestro, compitiendo con otros por recibir migrantes de países africanos como fuerza laboral en una escala que harán palidecer cualquier movimiento humano de la historia. (esto lo comentaré en alguna próxima columna).

Los países tendrán complicaciones, al igual que hace 100 años, para que sus economías absorban las nuevas tecnologías y el cambio energético. Los políticos nacionalistas demagogos no les gustarán las nuevas tecnologías, se resistirán al cambio energético, impulsaran políticas proteccionistas y aislacionistas y espero que no, supremacías raciales o de identidad nacional.

Ya lo estamos viendo, no es casualidad que hoy, las tres economías más importantes de América estén gobernadas por nacionalistas demagogos: Trump, Bolsonaro y López Obrador.

Europa también está inaugurando gobiernos cada día más nacionalistas. Algunos países del mundo se resistirán, pero la política convencional ya no es capaz de dar las respuestas que la gente requiere.

La Unión Europea es golpeada todos los días; América, que vivió un siglo XX en paz, ahora está más cerca del enfrentamiento entre naciones hermanas; Rusia desestabiliza a sus vecinos, China despierta como imperio mundial y la India será un protagonista importantísimo de la segunda mitad de este siglo.

Los políticos convencionales no tienen nada que ofrecer a los electores, a diferencia de los nacionalistas demagogos que tienen una fuente infinita, el odio. Siempre tendrán a la mano a quien odiar, a quien despreciar o culpar.

El discurso del odio es perfecto porque pueden argumentar un agravio de hace 500 años y enfrentar a dos pueblos hermanos, pueden mandar a construir muros en sus fronteras, pueden culpar a los negros pobres de la violencia o pueden estigmatizar a toda una religión como crueles terroristas si esto abona a su liderazgo.

En cambio, los políticos convencionales solo pueden ofrecer promesas y resultados convencionales. No tienen nada, electoralmente están fritos y por eso los partidos políticos tendrán que evolucionar a movimientos liderados por demagogos o con agendas cada día mas regionales y particulares.

Los nacionalismos demagógicos se radicalizarán cada vez más, nos aislaremos del mundo y comerciaremos menos entre naciones. Nuevamente, al parecer, dejamos a los políticos resolver nuestros problemas con odio y desprecio, cuando la solución es tan evidente y simple, más comercio, más libertades, más ideas.

Estamos a tiempo para entender que los problemas económicos se resuelven con más economía, nunca con más política.

Espero que el siglo XXI sea el siglo de las ideas y no nuevamente el de las ideologías nacionalistas.

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