De flores, arbustos, árboles y otras derivas

Flores
De flores, arbustos, árboles y otras derivas FOTO: ÉDGAR LANDA
- en Opinión

Édgar Landa Hernández / Domingo por la mañana. El bullicioso trajinar de personas permanece silente, tácito. El paisaje varió por ser día de asueto, descanso para la mayoría de la gente que durante la semana se esmera por realizar sus actividades con tesón y alegría. Es fácil diferenciar la transmuta de todo, de lo variable. En la lejanía se perciben en escasos decibeles las campanadas de la iglesia invocando a la homilía dominical, tiempo de agradecer la buena ventura.

El calor sofoca, desasosiega. Mis mascotas me observan y parecen decirme algo, Toby, rápidamente se ubica donde se guarda su correa. Scrappy lo secunda y mueves sus colas en señal de gratitud.

Es hora de recorrer el bosque. Mis pisadas son consecuentes con las hojarascas que yacen crujientes en el suelo. Sus colores pardos denotan su deceso. Ahora solo servirán de abono para los que vienen, para aquellos nuevos inquilinos que en sus hojas se robustece el verde que da la vida. Toby se detiene, olfatea insistentemente sobre el lecho de un montículo de piedras y hierbas. Mira hacia todos lados y la tracción de sus patas traseras avienta cuanto se cruza en su paso. La tierra sale volando y cubre una pequeña porción de terreno. Continuamos nuestro viaje a través de los senderos que nos demarca un rumbo sin igual.

Se respira de una forma inconmensurable, heterogénea. El sol se cuela por las ramas y dibuja las siluetas mediante una sombra que se desparece al llegar tierra adentro. Mientras realizamos nuestro recorrido mi entorno se convierte en oración, en una misa constante; por los que carecen, por los que han partido, por los que están y son parte de mi vida. Por aquellos que no encuentran la paz y aun encerrados en un salón creen poder descubrir al que no se ve pero que existe, el que se le llama dios, pero no se le conoce en persona. Al que se presenta en forma de árboles, de arbustos y de flores. Aquí es donde cavilo, reflexiono mi proceder. De nada me sirve estar horas y horas frente a gente como yo, leyendo la palabra y sin embargo las acciones refutan lo contrario.

El bosque es mi santuario, mi inspiración. Mi enlace ante el creador.

Proseguimos nuestro andar y enfrente, justo enfrente nos detenemos y un gigantesco árbol se presenta ante nosotros, es enorme, de un color albino y con enormes ramas que pareciera que nos quiere abrazar, eso me gusta, lo simple, lo sencillo que es acercarnos a lo espiritual a través de la naturaleza.

Las lenguas de mis mascotas latiguean insistentemente, tienen sed. Es hora de regresar a casa mientras que las demás floras nos dicen no un adiós, sino un hasta pronto, hasta que nuevamente nos deleitemos de la gran Obra de Dios

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