Veinticinco años como arquitecto

- en Opinión

Jorge Flores Martínez / Hace un par de semanas me reuní con compañeros de la facultad para acordar algunos puntos del programa de los festejos de nuestro 25 aniversario como egresados de Arquitectura. Inmerecidamente me pidieron que hablara sobre el México de 1993, con un título que más parece tema de examen que una plática: “Contexto político, retos y prospectiva”.  Dejaremos el contexto para otra ocasión, los retos fuera y la prospectiva para un futuro, hoy solo les puedo platicar de mi experiencia y eso con bastantes limitaciones

Para ubicarnos en el tiempo, en 1993 aun no asesinaban a Colosio, nuestro país estaba a punto de ingresar al Tratado de Libre Comercio de Norte América (hoy nuevamente estamos en ese tema) y Xalapa se encontraba en un relativo auge de construcciones como no se había visto en mucho tiempo. También es importante recordar que el PRI aun era el partido que dirigía el destino del país y cualquier oposición política, por lo menos en Veracruz, era prácticamente testimonial.

No teníamos ni idea que pocos meses después de nuestra graduación veríamos una serie de sucesos que complicaron nuestro inicio como arquitectos. Seriamos los arquitectos del error de diciembre, los de la terrible crisis que inició en 1994 y marcó todo 1995.

No puedo hablar de las circunstancias de cada compañero en esos años, pero estoy seguro que mucho de lo que yo pueda exponer, en alguna medida, mayor o menor, será similar a la de todos.

A los pocos meses de la graduación, yo ya tenía un trabajo en la Ciudad de México, el plan era ir en los primeros meses del 1994 y así iniciar como arquitecto recién egresado en una empresa constructora de la mayor importancia. Mientras tanto, un amigo, más por amistad y confianza, que por merecimientos como arquitecto, me pidió le construyera su casa. Iniciamos con el proyecto y programamos iniciar en enero del 94.

El primer minuto de 1994, justo cuando todos suponíamos que entrabamos al primer mundo con el Tratado de Libre Comercio, nos encontramos con la puerta cerrada y con una guerra en Chiapas. Todos vimos a los que suponíamos no existían, y los vimos con sus fúsiles y pasamontañas declarando la guerra al gobierno. Ver a la comandanta Ramona y al Subcomandante Marcos, desafiando lo que nadie se había atrevido a desafiar, fue un golpe en la cara a nuestra soberbia, olvido y desinterés por ellos. Nosotros pensábamos en McDonald’s y ellos en recordarnos que somos muchos mexicos, y nadie debe ni puede quedar al margen en un proyecto de nación. Todos juntos o nadie, era lo que exigían.

Todavía no nos recuperábamos de la guerra en Chiapas, cuando de la nada, sin esperarlo, en un evento de campaña política sin importancia, pero de la mayor trascendencia, matan al candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio. Todo a partir de ese momento se posponía, nuestro país iniciaba el camino a la incertidumbre. Lo que se supone no debía ni tenía que suceder, estaba sucediendo.

Tuve la fortuna que el proyecto de mi amigo, el primero como arquitecto continuaba, e inicié la construcción de la casa en abril del 94. Les debo confesar que todos los proyectos son importantes, pero el primero tiene una emoción irrepetible y única. Del plan de trabajar en una empresa en la Ciudad de México, me avisaron que la documentación estaba en orden, pero que todos los proyectos se posponían hasta nuevo aviso, al final la empresa quebró y todo se canceló.

En julio de ese año fueron las elecciones presidenciales, vimos el primer debate en televisión entre los candidatos y nos emocionamos con las valentonadas del candidato del PAN, la solemnidad del candidato del PRD y el nerviosismo del PRI. Al final ganó el PRI con Ernesto Zedillo. Creo que más por el miedo de todos y la intención de posponer para otra ocasión la democracia, que por decisión real de cambiar el país.

El sexenio de Carlos Salinas terminaba de forma turbulenta, pero terminaba al fin, y le daba paso a la siguiente administración.

De Zedillo esperábamos continuidad y el restablecimiento de la certidumbre de siempre. A los pocos días, cuando todo se suponía debería empezar a mejorar, nos topamos con la crisis del error de diciembre del 94 y una devaluación de nuestra moneda como no la habíamos visto en mucho tiempo. La economía no solo se paró, colapsó totalmente, los bancos quebraron y los créditos de la noche a la mañana fueron impagables para millones de mexicanos.

A pesar de que pensábamos que la pesadilla de 1994 se terminaba, lo cierto es que  1995 se presentaba aun más complicado e incierto. Al parecer, la realidad se empeñaba a posponer a toda una generación de arquitectos para otro momento.

El 95 fue el año de la crisis, dicen que la economía estaba sujetada con alfileres y que la culpa fue del que se los quitó. Eso no es cierto, la culpa siempre será del que tuvo la irresponsabilidad de dejar toda la economía de un país en esa condición. Solo espero nunca se vuelva a repetir algo así y que como mexicanos no permitamos que los deseos de pasar a la historia de los políticos sean más importantes que la ética de sus responsabilidades.

Para todos nosotros, como arquitectos recién egresados, fue muy difícil ingresar al mercado laboral, no cabíamos en una economía destrozada y en un país que cancelaba cualquier idea de futuro. Fuimos en ese momento la generación que se posponía para otro México, uno que aun nadie se atrevía a imaginar como sería y que no teníamos la menor idea de cómo tendríamos que enfrentarlo.

Estoy seguro que mis compañeros al momento de graduarse tenían planes completamente distintos a los que la realidad de esos años tuvieron que vivir. Aun pensábamos en un México del pasado, que sin darnos cuenta dejó de existir y esas convulsiones tan violentas y profundas que vivimos, tan solo eran la manifestación de la gestación del México de hoy.

Actualmente México, con los enormes problemas y retos que tiene, es un mucho mejor país que el de hace 25 años. Claro que hay violencia y estamos cansados de la corrupción que por momentos nos decepciona y desalienta, también que existen rezagos y una pobreza que parece ya no nos ofende ni lastima, pero ahora hay oportunidades que ni en sueños imaginábamos en esos años, también, y no lo debemos olvidar, ahora somos más libres de decidir nuestro futuro y construir nuestras circunstancias como mejor nos parezca.

En 1993 rotulabamos los planos sobre restiradores, con regletas y cangrejos, con estilógrafos, los que tenían suerte, la mayoría con simples graphos que chupábamos intensamente para evitar la tinta se secara y los tapara irremediablemente. Cualquier representación de nuestros proyectos eran perspectivas que cuidadosamente realizábamos con todo esmero con tintas aguadas o acuarelas. La única ventana que teníamos para enterarnos de lo que pasaba en el mundo de la arquitectura era nuestra querida biblioteca, donde veíamos a Le Corbusier, a Mies van de Rohe, Kenzo Tange, Wrigth, Niemeyer o a Phillip Johnson.

Hoy, prácticamente se puede diseñar, desarrollar el proyecto ejecutivo, preparar renders con una calidad extraordinaria, leer las últimas publicaciones sobre arquitectura de cualquier lugar del mundo mientras estamos cómodamente en nuestra laptop.

Por supuesto que las herramientas han cambiado desde entonces, nosotros, los de la generación de 1993, tenemos más en común con nuestros maestros que con los jóvenes que hoy en día están a punto de graduarse de arquitectos. Apenas me puedo imaginar los que será la arquitectura en 25 años con sus herramientas y las potencialidades con las que contará.

En lo personal, a mi me gusta mucho más este México de 2018 y estoy convencido que el de 2043 (en 25 años) será uno mucho mejor y más interesante.

Ahora debemos proponernos que en 25 años, frente a las nuevas generaciones, les podamos decir que algunas cosas se pueden posponer, desde una entrega de fin de semestre, una decisión importante, un viaje, o lo que quieran, pero nunca se podrá posponer a toda una generación decidida a ser arquitecto.

Felicidades a todos mis compañeros y gracias a todos los maestros que marcaron con su enseñanza y amistad nuestro paso por esta querida facultad.

No quiero terminar sin manifestar nuestro reconocimiento a los queridos maestros que hoy, en un sencillo pero merecidísimo acto, les expresamos nuestro cariño y agradecimiento siempre.

Primero, a los que ya no están con nosotros, pero nuestro recuerdo siempre estará con ellos: el Arq. Ricardo Pérez Eloriaga, que nos enseñó que una duda era siempre mejor que mil certezas; al Arq. Juan Zilli Viveros, su excepcional profesionalismo; al Arq. Hugo Mario Diz Fink, que con su geometría nos mostró la cuadratura del círculo; al Arq. Julio Sánchez Juárez, la sencillez y cultura como cimiento indispensable de un arquitecto.

Después, a nuestros padrinos de generación, el Arq. Mario Enrique Méndez Acosta, que intentó transmitirnos su valor y ética como la constante con la que debe contar un profesional y al Arq. Gustavo Bureau Roquet, su empeño en enseñarnos la arquitectura con humor, cariño y amistad siempre.

A todos, muchas gracias.

Son 25 años como arquitectos y quiero concluir con una reflexión:

Siempre serán nuestros maestros, nosotros siempre seremos compañeros y esta siempre será nuestra escuela.

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