Hay gente que verdaderamente se gana a pulso el repudio de los demás, puede ser por su actitud, estupidez o frivolidad. Resulta que la prole biológica y añadida del presidente Enrique Peña Nieto, rompen el molde. De nuevo dan una cátedra de dispendio y estupidez. Producto de su ociosidad o por querer sentirse cool y querer parecerse a Rhianna, Justin Bieber o a Miley Cyrus, las hijas del presidente Enrique Peña Nieto una vez más dan de qué hablar, luego de que el tatuador norteamericano Jon Boy viajó especialmente a la capital azteca para tatuar a la hija del güero Castro, Sofía, Paulina Peña Pretelini y a una amiga de la actriz en la propia residencia oficial de Los Pinos.
Ese tipo de conductas frívolas ya se acabaron y, precisamente, por esas conductas fue que la sociedad mexicana le dio la espalda al partido del presidente. Nadie se hubiera enterado, sino fue porque le mismo Jon Boy subió a las redes sociales una fotografía donde aparece en la residencia de Los Pinos con las frívolas chamacas. Nadie pondría reparos, cada quien es libre de hacer uso de sus nalgas o cualquier otra parte de piel para tatuarse lo que le venga en gana. El problema es cuando se usan recursos públicos para pagar ese tipo de excentricidades.
Es cierto que no hay pruebas que muestren que el traslado y gastos del tatuador hayan sido pagados por la Presidencia, pero conociendo cómo es de hambreada para el billete esta estirpe, tenga por seguro que la cuenta la pagarán los mexicanos. Por cierto, el estudio donde tatúa Jon Boy cobra cerca de 400 dólares la hora. Por trabajos a domicilio, el costo se eleva a no menos de mil dólares. O acaso pensaba que las chamacas de sangre azul chafa se gastarían 300 varos por tatuaje.
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