El primer priista del país quiere que el PRI cambie de nombre, dizque pa’ que levante

PRI
Enrique Peña Nieto FOTO: SIEMPRE

El PRI jamás se imaginó que su fuerza fuera símbolo de debilidad. Después del descalabro que recibió el primero de julio, el otrora poderoso partido pasa a ser la tercera fuerza política en el Senado y quinta en la cámara de diputados. No serán ni partido bisagra ni sus servicios serán requeridos. Sus 14 senadores más uno de Nueva Alianza sólo cobraran para ir a calentar su curul. Sus 45 diputados federales solo serán mirones de palo, también sus servicios no serán requeridos.

Sus contrapartes del PES y del Partido del Trabajo harán la chamba con la fuerza dominante, o sea con Morena. Jamás en toda su existencia, el tricolor se imaginó este escenario. Por donde van les reclaman su opacidad, soberbia y complicidad con las triquiñuelas del gabinete peñista. Hoy el PRI es el huérfano de la política mexicana, es un alma en pena que busca exorcizar sus pecados.

Sin embargo, sus bases lo han abandonado y los pocos que le quedan están entre el desánimo y la desilusión. Su situación se refleja por las sugerencias del propio presidente de la República que insinúa que el PRI cambie de nombre y de esencia; «si conserva los apellidos, entonces no funcionara», dijo uno de los causantes principales de que el tricolor ande errante en el desierto del olvido y la ignominia.

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