A todas luces la pensión que reciben los expresidentes de México es sin lugar a dudas injusta, inmerecida. Todavía, si después de su administración el país tuviera como saldo positivo avances, progreso, bienestar y seguridad, entonces quizá se merecerían una pensión, pero no de cinco millones de pesos mensuales. Todos los presidentes de México, todos sin excepción, se han enriquecido ellos y enriquecido a sus amigos.
Cada sexenio la pobreza en México cae en índices alarmantes, lo mismo que la desnutrición. La inseguridad es rampante y somete a la sociedad con extorsión, secuestro y homicidio. La corrupción no tiene para cuándo acabar, la impunidad es una bandera que enarbolan los delincuentes. Para colmo poco se hace por mejorar los servicios de salud, de educación. Entonces, si nos dejan un país cada vez más desolado, ¿cómo se atreven a exigir una pensión de cinco millones de pesos mensuales?
Es por ello que José Antonio Meade se equivoca, las pensiones a los expresidentes son injustas y esa es una de las razones por las que miles de mexicanos van a votar por López Obrador, para que se llegue el día en que Vicente Fox se quede sin su pensión; particularmente ese pinche zángano lo queremos ver devolviendo todo lo que él y sus entenados, los hijos de Martha Sahagún, se robaron.
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