Molli. Así se llamaba. Para “su dueño” (por llamarlo de un modo) era un “puto perro” que no merecía atención. «¡Ni que fuera un niño!». Molli, de pelo negro, vivía en un balcón amarrada a una cadena. “Vivía” es un decir, porque sobrevivía gracias a las salchichas que los vecinos arrojaban para que comiera. De acuerdo a boletín de la Fiscalía Especializada en Delitos Ambientales y Contra los Animales, apenas el pasado 8 de noviembre, se abrió una carpeta de investigación tras denuncia de vecinos ante el Centro de Salud Animal de Xalapa… lamentablemente para Molli, la justicia no llegó pronto para salvarla allá en la colonia Luz del Barrio.
Su cuerpo colgado por el cuello yacía inerte en las redes sociales… en los “emoticones” de disgusto… en las expresiones de odio para un tipo que creyó que tener un perro, una mascota, es una oportunidad de desahogar sus frustraciones con la vida. Se tiene la percepción que se pudo hacer más por Molli, que se pudo salvar. Molli generó en los cibernautas un desaliento, una frustración, un enojo para con el mismo Fiscal Andrés de la Parra Trujillo.
¿Comités Ciudadanos de Vigilancia? Fue una de las ideas que uno retoma en los varios comentarios que se expresaron por el caso Molli. No me parece mala propuesta. Sé de personas que por rescatar a un perro del maltrato, han sufrido golpes por parte de los “dueños” que ni cuidan a sus mascotas pero no les permiten una oportunidad de vida. Ojalá alguno de nuestros diputados retomara esa idea y buscara enriquecer nuestra Ley de Protección Animal.
Si bien, no se pudo hacer justicia a Molli por parte de las autoridades correspondientes para que hoy pudiera estar a salvo, hay algo que se puede hacer: ¡aplicar la Ley! Y pensar, por qué no, en penas más severas…
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