El alquimista Gabriel Deantes, el amo y señor de las mapacherías, el individuo que ayudó a entronizarse en el poder a Javier Duarte, suda y traga gordo. Su presencia en los juzgados de Pacho Viejo para limpiar su honorabilidad y honradez son infructuosos. La caída de madame Gina, la Juana de Arco de los textoservidores oficiales, es un dejavú para él.
Sabe que pronto ocupará una celda en ese recinto, por eso su rostro enjuto, la mirada caída y los hombros encorvados son la viva imagen de la derrota. Cómo añora cuando comía tranquilamente su comida corrida en las modestas fondas de Pueblo Viejo, cerca de su pequeño negocio de celulares. Seguramente recuerda cuando vivía en una casa de dos recamaras, misma que no llegaba a los 300 mil pesos.
De nada le servirá su casa con una enorme cantidad de baños que inmediatamente construyó con las tranzas y cochupos bajo la sombra de su mecenas jarocho. Deantes debe estar en la cárcel, merece estar en ella, resulta inverosímil cómo un sujeto de bajo perfil, pero con mucha hambre de salir de la miseria, haya podido amasar una fortuna de 50 millones de pesos, en tan poco tiempo.
Por eso ningún juez se atreve a ampararlo, por eso es conveniente que las instituciones de procurar justicia no le quiten los ojos de encima, ya que esta finísima persona en cualquier momento puede emprender la graciosa huida.
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