No todos los maestros son honorables, algunos dañan la integridad de sus alumnos. Es cierto que algunos ya vienen dañados desde su hogar. Fidel Herrera, como gran sensei de la corrupción, aleccionó a sus pupilos para que, cuando pasara la «plenitud del pinche poder», él pudiera seguir disfrutando del usufructo de su corrupción.
Se dejó seducir por un sentimiento paternalista que le hizo llevar de la mano a un joven rollizo que había sido especialista en hacer chamucos y chilindrinas; primero lo hizo su secretario y posteriormente lo encargó de las arcas del dinero veracruzano, pero para poder justificar su mayor logro de hacerlo su sucesor, también lo hizo diputado.
Pero para tener éxito en su encomienda, el gran gurú se percató de rodearlo de jóvenes aleccionados en el santísimo catecismo de la fidelidad. Le puso cerca a Jorge Carvallo, especialista en tratos oscuros con gente oscura; también le colocó a Érick Lagos, gran conocedor de la política de vodevil y del chantaje, y para que alguien le proveyera de recursos de la SEV, le puso al anodino Adolfo Mota. Todos ellos a uno cuantos pasos de la cárcel como el recluso de Matamoros, Guatemala.
Hoy que es día del maestro, seguramente los entenados de la fidelidad levanten su copa y brinden por las enseñanzas del gran maestro de los rufianes, ese que les enseñó las artes de la burzatilización, que tanto daño ha hecho a nuestro estado.
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