Los “pinches” periodistas

Pinches
El exsecretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez Zurita FOTO: MIGUEL ÁNGEL CARMONA/FOTOVER
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Armando Ortiz / No hay peor novelista que aquel que piense que ha escrito la novela total, la novela perfecta, la novela que le cambiará el rostro a la literatura de su época. Semejante arrogancia sólo se merece el salario del desprecio. Son precisamente las imperfecciones de la novela las que la autentifican, y hasta en ocasiones la enriquecen. Quien ha leído El Quijote sabrá que la novela de Cervantes, considerada la mejor novela escrita en cualquier lengua, está llena de errores, errores que aprovechó el plagiario de Avellaneda para irse en contra del que llamó de manera peyorativa “el manco de Lepanto”.

Ese tipo de arrogancia también puede afectar a los periodistas. Sobre todo esos que se sienten tocados por el dedo de Dios, los que pregonan que su verdad tiene más valor que la del resto del gremio. Entonces dejan de ser periodistas y se erigen en censores dogmáticos, en caudillos de la verdad; toman el báculo como profetas del Sinaí para dirigirse al mar Rojo y conseguir que las aguas se separen para que su pueblo avance hacia la verdad, con eso de que “la verdad os hará libres”.

Claro, mientras eso sucede se vuelven un verdadero fastidio, son puntillosos, imperfectos perfeccionistas que esperan que los demás hagan las cosas bien, o al menos que el resto haga las cosas un poco como las hacen ellos.

Se enfrascan en batallas áridas que no llevan a nada, en discusiones sofistas que sólo buscan el aplauso a su razón. ¡A huevo quieren tener la razón!, porque si no se las dan, qué caso tiene ser periodista.

Lo más lamentable de esto es que buscando tener la razón son capaces de quedarse sin escrúpulos, son capaces de desear, ansiar y hasta de celebrar que salga un delincuente del tamaño de Arturo Bermúdez Zurita, sólo para defenestrar al Fiscal. Esa avidez sólo habla de una persona que pone a un lado sus escrúpulos para que su ego se dé un banquete de “yo siempre tengo la razón”.

En 2013, “en la plenitud del pinche poder”, Arturo Bermúdez Zurita se refirió a los medios con el calificativo de “pinches”. Pinche es un adjetivo que denota desprecio. Pinche es algo pequeño y sin valor, algo que no vale la pena: “Su carrito está muy pinche”.

En estos días algunos periodistas están demostrando que son muy pinches, al estarse quejando de cosas tan insustanciales, pero claro, que para ellos son determinantes.

Lo más lamentable es que con su actitud pinche restan peso a algunas de sus propuestas válidas. La carta que dirigieran al Fiscal Jorge Winckler, en la que solicitan se les brinde la información que requieren para realizar su trabajo es un documento preciso y noble que debe ser contestado en el mismo tono. Pero que ese documento sea el resultado de los pinches afanes protagónicos de unos cuantos, pues lo demerita.

En algún foro de discusión sobre el tema leí que para algunos se ha perdido en esencia el trabajo del reportero. El reportero debe salir a buscar la nota, debe salir a recopilar la información, a nutrirse de sus fuentes y no sólo a esperar el comunicado para tener su trabajo ya adelantado. El reportero poco a poco se va convirtiendo en un pinche columnista.

Lo curioso de todo esto es que muchos de los que se afanan por ese protagonismo vacío son verdaderos profesionales en su trabajo, son excelentes reporteros, son magníficos investigadores, buenos redactando; el problema es cuando sacan su ego de la caja oscura. Como un perro bravo, ese ego puede morder a cualquiera ante la menor provocación.

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