La frágil economía familiar

Economía
El Buen Fin en la frágil economía familia FOTO: WEB
- en Opinión

Elena Córdova / Sin temor a equivocarme, si existe, hasta el día de hoy, una especie de modelo y un buen ejemplo de buena administración en pequeño sobre economía familiar y comunitaria, es el campo, en el área rural.

A quienes orgullosamente provenimos de allá, se nos enseña el valor del ahorro, a no gastar lo que no tenemos y, sobre todo, a administrar los pocos recursos alimentarios y patrimoniales que se poseen; y lo más importante, a generar, procurar e incrementar siempre, con base en trabajo y esfuerzo, los pocos o muchos recursos patrimoniales que se tienen. En pocas palabras, aprendemos a vivir según nuestras posibilidades, y aquí aplico una frase muy coloquial campera: “de lo poco que hay, todavía necesitamos un poco menos”.

De hecho, hace poco leía un ensayo muy interesante que, a pesar de ser escrito allá por el año 1996, por la Doctora Lucía Bazán Levy y su homóloga, la Doctora Margarita Estrada (Ciesas), su vigencia es tremenda. Este texto intitulado “El último recurso: las relaciones familiares como alternativas frente a la crisis”, y del cual retomo unos pasajes, como mejor ejemplo del tema: “la organización y la cooperación familiar suplía de alguna manera las carencias que generaban los ingresos insuficientes y discontinuos de esas familias. La familia, pues, era considerada un recurso valioso para enfrentar situaciones difíciles, eventuales o permanentes. La familia como recurso para superar crisis eventuales y localizadas ha sido siempre utilizada en México, en ambientes rurales y urbanos, en estratos de bajos ingresos, pero también entre familias de clase media e incluso entre la gran burguesía. Esta había sido una de las pautas más constantes de lo que podemos llamar cultura familiar solidaria de los mexicanos”.

(http://lasa.international.pitt.edu/LASA98/Bazan.pdf)

Al escribir estas modestas líneas, pienso en miles de familias mexicanas que habrán de aprovechar las ofertas especiales, los tremendos descuentos y los meses sin intereses del “Buen Fin”, que si bien es algo cultural más que de oportunidad, me refiero al comprar de alguna manera compulsivamente sin pensar si la capacidad económica nos es o será suficiente para afrontar en un futuro cercano los sistemáticos e infalibles cobros o “abonos chiquitos” a los cuales nos comprometimos a pagar y firmamos por ello, dejando al amigo, compadre o familiar como aval del contrato. Ello no deja de tener siempre sus riesgos y más ahora que estamos frente a una inevitable crisis económica nacional en puerta.

No quiero ser pesimista ni tampoco verme muy poco patriota, pero sería fantástico, casi increíble, que las familias mexicanas, tuvieran una actitud más previsiva ante lo inminente, lo que es seguro que sucederá: el valor adquisitivo, la inflación, de que el dinero se va a encarecer, el tipo de cambio hacerse vulnerable, los intereses bancarios a desestabilizarse y mil cosas más que desconozco por no ser experta en el tema, pero sí intuyo porque soy empleada que se debe a un salario, responsable de una familia y regular-reservada consumidora.

Como me gustaría que la gente, los ciudadanos comunes, entendieran que los tiempos no son para gastar de más, sino para prepararse y administrar de mejor manera, de gastar en lo indispensable, por decirlo más claro, pues lo que viene, el terrible Tsunami financiero nacional y mundial –a raíz del triunfo de Donald Trump– ni siquiera el propio gobierno sabe de sus alcances ni temporalidad. Por desgracia no, pues la cultura que poseemos no nos permite entender e incluso ver esto como algo que no nos afecta, pues no somos inversionistas ni capitalistas ni mucho menos empresarios.

Hay quienes todavía piensan que sólo a los ricos, a los millonarios les afecta que el dólar suba igual que solo a ellos la crisis económica los hace menos pudientes.

¿Hay alguna solución? Sin duda, no hay una fórmula mágica, pero si una que puede ayudar a las familias mexicanas y su frágil economía financiera, es simple y muy sencilla, pensar, reflexionar seriamente si en realidad necesitamos lo que vamos adquirir, a comprar a largo plazo, o el crédito que vamos a pedir, por decir lo más común que sucede con estas familias. Y así, no nos veremos en la necesidad de buscar después al pariente, al compadre o comadre, al amigo y que nos oiga decir, “tengo una apuración, una urgencia préstame un dinero, unos días nada más y luego lo pago todo, te doy mi palabra…” ¿Le suena conocida esta frase?

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