La posada

- en Opinión

Salvador Muñoz / ¡Empezaron las posadas! cantos, velitas, luces de bengala, piñatas, ponche y sepa cuántos aditamentos que hacen posible esta fiesta que, al menos en mis tiempos (se es permitido aullar), era como se vivía.

¡Ok, ok, ok! estoy de acuerdo… no faltaba aquél que pusiera el desorden o más bien el pomo, y le pusiera el clásico “piquete” al ponche y fuera el activo que hiciera estallar al “malacopa” y entonces valiera gorro la posada.

Años tiene que no voy a una posada, aunque sé que ya no se estila llevar esa tablita con las figuras de José y María entonando “eeennn el nombre del cieeelooo…”

No, ahora, la “posada” es llegar con la chunchaka de por medio, con karaoke atravesado, con pomo de cajón y hartas ganas de gastar suela.

Por supuesto, no me escandalizo. Los ritos de socialización en los estratos urbanos son muy respetables aunque prefiero alejarme de ellos… porque si agarro el micrófono ¡ya no suelto el karaoke!

Pero por favor, déjeme que le cuente la posada de un amigo que tuvo hace cinco años… en aras de cubrir la privacidad de los involucrados, el amable lector ha de comprender que use sólo apelativos sin que ello implique que sean los sujetos que usted cree o piense, eso ya sólo dependerá de su sucia y cochina imaginación. Dijeran los políticos sacatones: en un careo ¡me rajo!

Don Fidel iba de salida y le dice a su discípulo consentido, por decir un nombre cualquiera… Javier: “Mira, te dejo la llave de la casa… asómate”.

Se asoma Javier y lo que ve le sorprende.

–Sí, ya viste… hay mujeres, vinos, viandas, dinero, joyas, riquezas… diviértanse porque yo tengo que salir… ¡ai te encargo!

Y diciendo esto, tomó unas maletas tipo Vicente pero más gordas y se retiró.

Javier llamó a sus cuates y les dijo:

–¡Yujúuu! ¡Miren lo que tengo!– mostrando la llave –¡Vamos a hacer una posada ahora que la casa es nuestra!

Diciendo y haciendo que entra Gaby, Beto, Gina, Fito, Fernando, el Flaco, el Chileno, Toño, Richard, y un montón más.

De inmediato, uno de ellos dijo: “¡Vamos a traer más viejas!”, y agarró su celular para jalar a sus amigas.

Luis Ángel dijo: “Yo quiero un toque de Mota” y que le responden por otro lado: “¿Qué pasóoo?” y ¡zaz! ¡la foto pal feis!

Uno más dijo: “Vamos a atascarnos de drogas” y otro más agregó: “¡y de alcohol!”

Mientras tanto, algunos ya se iban guardando en los bolsillos que un billetito, que una joyita, que una macetita (para hacerse de unas tierritas), que la casita del perro, que la casita del gato, que la jaula del perico…

En cuanto Javier vio eso, nervioso, trató de meter orden: “¡Muchachos! ¡muchachos! ¡oigan! ¡no sean gandallas! ¡me encargaron la casa!”

Y no faltó el que le dijera: “¡Oye! ¡Qué pinche reventón organizaste! ¡Está bien chido!” y por ahí, otro le decía: “¡No manches hermanito! ¡Esto sí es una ‘pary’ como para que dure seis años!” y cual si fuera canto de sirenas, ¡nombre! que agarra Javi y que empieza también con el “¡Eh, eh! ¡para arriba! ¡para abajo! ¡para un lado! ¡para el otro!”

Y una vez que se fueron las mujeres y las extra que llamaron… una vez que se acabaron todas las tachas y perico que había… una vez que destrozaron la casa por dentro y ser mal vistos por los de fuera… una vez que se vaciaron todas las botellas de whisky, vino, pulque y mezcal… pues se fueron a la alacena para curarse la cruda ¡y acabaron en una posada con todo lo que tenía que durar seis años… digo, seis días!

Así que si va a hacer una posada, ¡cheque bien a quién invita! o mejor aún, ¡a quién le da la llave!

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