Javier Duarte y el ejercicio de la mentira

- en Opinión

Armando Ortiz / Lunes 9:55 de la noche, recibo el mensaje de un amigo que me invita a una comida con el gobernador Javier Duarte; estarán varios compañeros de los medios. Declino la invitación. Por la noche leo en Libertad bajo Palabra la crónica puntual de mi amigo Arturo Reyes Isidoro sobre la inesperada llegada del gobernador Javier Duarte a una comida con Alberto Silva y el grupo de los 10 que en realidad son 12.

En la crónica del gobernador percibo a un hombre que se esfuerza por demostrar que tiene todo bajo control, que tiene todas las canicas en la bolsa. Come dos tacos de sirloin con tortillas de harina y refiere que el presidente le tiene una estima «que la siento en los hechos. Nunca he tenido un no del Presidente. Todo lo que le he pedido siempre me ha dicho que sí». Javier Duarte también refiere que en el tema de la sucesión el presidente le dijo: «Javier, nunca me has fallado, pero esta es la decisión más importante de tu vida, no te puedes equivocar, con lo cual me está dando la gran responsabilidad».

De inmediato dos cosas me llaman la atención, puntualizar que el siente la estima del presidente en los hechos, porque para muchos es más que evidente la distancia que el primer mandatario guarda con Duarte. La segunda: «nuca me has fallado». Ahí se cae la versión de Duarte.

Pero ni hace falta que lo diga, a leguas se ve, se palpa, se percibe, es más que evidente la deferencia que el presidente Peña Nieto le brinda al gobernador Javier Duarte de Ochoa. ¡Qué envidia caramba! ¡Qué ganas de tener esa cercanía con el primer mandatario! Que ganas de tener un “brother” que te pase por alto tanto dislate, tanto desmadre, tanto desfalco. Porque hay que ser muy amigo del presidente para no tomar en cuenta el desprestigio internacional que Javier Duarte le ha acarreado al gobierno de Peña Nieto, con sus dichos, con sus hechos, con sus omisiones. Pero el gobernador se debería de ahorrar esas comidas con periodistas que está organizando, no son necesarias. De lejos se ve esa cercanía que tiene con el presidente.

Basta ver la última vez que el presidente vino a Veracruz, en el Día de la Marina. Ahí iba caminando Peña, pie a pie con su amigo el gobernador. Muy de buen humor, porque ¿quién no está de buen humor si se visita al amigo, al confidente, al “brother”? Paso a paso confiándole estrategias, esperando que el comandante veracruzano le pueda brindar algo de esa sapiencia, algo de esa experiencia exitosa que mantiene al estado de Veracruz en la antesala del Paraíso.

Paso a paso, con el amigo, susurrándole al oído incluso problemas maritales, porque ¿acaso no están los amigos para brindar consuelo? Paso a paso, con ganas de detenerse y darle un afectuoso abrazo a Javier, porque si lo sabe Dios que lo sepa el mundo, qué ganas del presidente de gritar que Javier Duarte es su “bro”, su brazo derecho el hombre que ha llevado a Veracruz por el camino del progreso, el hombre a quien él habrá de confiar el futuro de Veracruz. Claro que hay que disimularlo, por eso en las reuniones con gobernadores «no me lo pongan cerquita para que los otros gobernadores no se sientan». No hace falta que lo diga señor gobernador, la cercanía que tiene usted con el presidente se advierte, se palpa, se entiende, se nota, se percibe…

Sólo habría que tomar en cuenta que el que relata esa cercanía con Peña Nieto es el mismo que juraba que en Veracruz no pasaba nada, que todo estaba en la imaginación del pueblo; es el mismo que en su informe habló de obras nunca realizadas, habló de un Veracruz que ya cambió; sí, es el mismo que un día aseguró que a la Universidad Veracruzana no se le debía nada, porque sólo se le estaba subsidiando solidariamente. Ese sujeto es el que ahora dice que Peña Nieto le va a dejar la decisión del próximo candidato del PRI a él. Si fuera cierto por supuesto que no lo andaría diciendo.

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