Periodismo de Género‏

- en Opinión

Cecilia Muñoz / Cuatro años como correctora periodística me han brindado experiencias de todo tipo, a veces unas más agradables que otras y en ocasiones, demasiado desagradables.

“Ustedes son profesionales de la palabra”, nos dijo un día cierta profesora de la Facultad de Letras. Aún entonces nos sentíamos ingenuamente felices por haber convertido la lectura, nuestra pasión, tan frecuentemente calificada de ociosa, en un futuro medio de vida, así que recibimos la descripción de nuestro oficio con elogios y emoción…

Después la experiencia educativa ―y para algunos, la experiencia escolar― se fue a pique. Sin embargo, he de confesar que nunca olvidé las palabras de aquella maestra, toda vez que ya entonces trabajaba como correctora y a pesar de los malos ratos consideraba mi empleo casi como una labor artesanal que me permitía en innumerables ocasiones adueñarme del lema de la Real Academia Española: “Limpia, fija y da esplendor”.

O en otras palabras: el trabajo como correctora me ha permitido encauzar mi acuciante necesidad por el orden, aunque sea textual. Unos limpian el baño dos veces al día, yo pongo comas donde se debe… Ello no significa que goce con el desorden de ideas ni mucho menos con la falta de profesionalidad del periodismo, específicamente el xalapeño ―el único en el que me he desempeñado, aunque no el único que he leído―, como ya señalé alguna vez en otro texto.

Tan solo imagine: crecí con una idea casi heroica del ejercicio periodístico que implicaba horas fuera de casa, desvelos, peligro y la vocación por la información objetiva, veraz y relevante… Y cuando me inmiscuí en una oficina de Redacción, descubrí que reinaba la declarocracia, el pluriempleo, la falta de iniciativa, el seguimiento de una agenda casi completamente gubernamental… y un símil de “periodismo de género” que se limitaba a escribir “las diputadas y los diputados”, “las niñas y los niños”.

Queridos reporteros (y reporteras), jefes de Redacción (y jefas de Redacción), dueños de periódicos (y dueñas de periódicos) y editores (y editoras): el desdoblamiento lingüístico es más una afrenta a la economía del lenguaje que un empuje al periodismo comprometido con la igualdad de género. Y éste, más allá de la agenda gubernamental, se trata de un compromiso con una mitad de la población frecuentemente invisibilizada, pero que aun así resulta ser un grupo lector importante.

El periodismo de género no implica exclusivamente el uso exagerado del desdoblamiento lingüístico, sino que abarca aspectos como la introducción de la investigación enfocada en las cuestiones que afectan a las mujeres de diferentes condiciones, la apertura del espacio escrito a las voces femeninas que lo necesiten o que tengan nuevas perspectivas, la exclusión de los estereotipos que limitan la representación en el imaginario social de las mujeres y el tratamiento de las féminas de las que se escribe como personas.

Por ejemplo, durante estos cuatro años como correctora me he encontrado en varias ocasiones con reportajes y columnas sobre diputadas y alcaldesas en los que nunca falta la alusión a su vida hogareña o a su increíble buen gusto en el vestir… ¿Y qué si la diputada está por presentar una iniciativa por demás polémica? ¡Necesitamos saber que es madre de familia y una dedicada y tierna esposa! O que de acuerdo con el gusto del columnista de turno, es bastante guapa, un aspecto muy importante a todas luces para juzgar su labor como representante popular…

Probablemente esté hablando al aire, pero aun así me pronuncio: Como lectora exijo contenidos de calidad; como mujer, que éstos representen a esa parte de la población de la que formo parte. Porque si bien es cierto que la prensa es empresa, ésta nace con la vocación de informar al ciudadano y con la oportunidad de contribuir al cambio social e influir en las agendas políticas. ¿Por qué no contribuir con la igualdad, como lo hacen medios como Comunicación e Información de la Mujer (CIMAC) o Mujeres en Red, por citar algunos?

Quién sabe, empresas periodísticas, pero en una de esas las lectoras se vuelven su principal fuente de ingresos. Igual y hasta les resulta en autosustentabilidad…

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