Sergio Pitol y el privilegio de la memoria

Sergio Pitol y su obra el Mago de Viena FOTO: WEB

[Con motivo de la muerte de Sergio Pitol, nuestro Premio Cervantes de Literatura, ofrecemos un artículo que el escritor Armando Ortiz realizara en 2015, en el que hace un repaso breve sobre la obra del escritor veracruzano.]

En 1999 me encontraba en la ciudad de México estudiando en la Escuela de Escritores de la SOGEM. En un receso de clases el poeta Hugo Gutiérrez Vega se sentó junto a mí en el jardín y me dijo: “¿Sabes que se le va a otorgar el Premio Juan Rulfo en la FIL de Guadalajara a tu paisano Sergio Pitol?”. Hugo Gutiérrez Vega había sido en esa ocasión miembro del jurado que otorgó ese reconocimiento; me dio tanto gusto ser de los primeros en enterarme, cosa que le agradecí siempre a Hugo.

También hace algunos años mirando en Televisión Española una entrevista que le hacían a Sergio Pitol en un programa llamado “Negro sobre Blanco”, el entrevistador, un español maduro y muy culto, estaba asombrado de que el autor de títulos tales como El arte de la fuga y La vida conyugal no viviera en Barcelona, Nueva York, Buenos Aires o al menos en la ciudad de México. En el colmo del asombro el entrevistador le preguntó: “Pero, ¿cómo es que te has ido a vivir en medio de la selva, allá en Xalapa?”.

Por esa misma época mi amigo Jaime Renán me convenció para que acudiéramos a casa de Sergio Pitol a saludarlo y ¿por qué no?, entregarle un ejemplar de nuestros cuentos publicados. Su casa está en el centro de la ciudad, una casa antigua, renovada, con puerta y portón de madera clara, ventanas altas y color sobrio, en una calle llena de autos estacionados en espacios reducidos. Esa tarde como era común en un día de invierno hacía frío, incluso una cierta neblina empezaba a caer sobre la ciudad. Tocamos la puerta, esperamos un poco, volvimos a tocar, parecía que no iba a salir nadie y como no queríamos parecer insistentes decidimos que, si después de tocar una vez más no salía nadie, entonces nos retiraríamos. No hubo necesidad de eso pues, aunque tarde, la puerta se abrió. Esperamos a que alguien se asomara y nos preguntase la razón de nuestra visita, pero lo único que salió fue una mano parlante que nos urgía a entrar. Adentro pudimos contemplar a una especie de alquimista, semejante a los que pintara Remedios Varo, que se cubría medio rostro, no tanto para evitar que el frío de invierno se colara a sus pulmones, sino para no compartirnos de su resfriado, era Sergio Pitol.

Leer a Sergio Pitol, no sólo es asistir a una cita que hace el escritor con la memoria, sino también es un intenso viaje por la palabra. Las anécdotas referidas en ese tríptico de la memoria que forman El arte de la fuga, El viaje y El mago de Viena son vida misma. Sergio Pitol decidió en sus últimas obras brindarle menos espacio a la ficción, pues acaso él mismo se haya dado cuenta de que toda manifestación literaria lleva intrínseca su propia dosis de ficción, aunque en ocasiones decida ignorarlo. Su ejercicio de la narración se apoya en la memoria, pero la memoria es algo tan parecido a los sueños que en ocasiones se confunde, y esto enriquece la narración.

La escritura, el ejercicio de las letras, la instrumentación de la palabra, en muchos de los casos, es lo que domina; de repente el escritor es sólo un instrumento, escribano que anota lo que le dicta la memoria.

En El viaje (Editorial ERA) se advierte este fenómeno. El autor nos cuenta de su necesidad de hablar sobre Praga, de la omisión que ha cometido al no anotar en sus libros una ciudad que sin duda ha marcado notablemente su literatura. Sin embargo, después de esta advertencia, Sergio Pitol, en lugar de seguir hablando de Praga, inicia el relato de un viaje a la ex Unión Soviética. Pero hablar de un simple viaje a ese enorme país sería verdaderamente injusto. En este libro el autor nos relata no sólo un viaje físico, sino también intelectual; un viaje a Rusia y a su literatura, un viaje hacia la fuerza que mantiene vivo a un pueblo, un viaje hacia su dolor, un viaje que nos revela de manera concreta la estupidez que puede haber en la raza humana, eso que tanto criticaba Chéjov, uno de los autores predilectos de Sergio.

En El arte de la fuga cuenta Sergio Pitol que la mayoría de los relatos autobiográficos son meras trivialidades; pero son las trivialidades las que apuntalan los grandes sucesos. Además, la forma en que Sergio Pitol nos narra éstas “trivialidades” las hace trascender. Sus encuentros con los amigos en el Kikos, un restaurante en la avenida Juárez; las invitaciones a comer en casa de Vicente Rojo donde José Carlos Becerra les comentaba su preocupación por Rubén Jaramillo, dirigente agrario que se levantó en armas en 1962; las prisas con Monsiváis y José Emilio Pacheco para asistir a todos sus compromisos a tiempo.

Ahora bien, qué decir de aquellos escritores a los que les ofrece una admiración abierta, sin recelos. Borges es el escritor a quien admira por su lenguaje valiente y novedoso, por sus frases únicas y sus reflexiones que comprometen un esfuerzo más que intelectual, casi metafísico; de Thomas Mann admira su virtuosismo, su Muerte en Venecia, su Montaña mágica y su Doktor Faustus; de Faulkner la génesis de su inspiración basado en la contemplación de los calzones de una niña que intentaba subir a un árbol.

Sergio Pitol gusta reconocer a aquellos que le impresionan y así lo manifiesta. Habla de Tabucchi como un escritor deslumbrante e imprescindible, de Sostiene Pereira (la novela de Tabucchi) como una novela escrita en una prosa perfecta. Otro de los méritos de El arte de la fuga, es el acercamiento que nos brinda el autor con los escritores polacos y rusos, y quien más que él puede hablar del tema, siendo que ha traducido a varios de estos escritores y ha mantenido charlas frecuentes con ellos. Todo el libro es un festín narrativo en el que predomina la inteligencia y la habilidad de hilar anécdotas; y es ésta última virtud la que coloca al autor como uno de los más destacados escritores de habla hispana.

El mago de Viena el tercero de este tríptico de la memoria es la reafirmación de una forma, el festejo de la memoria como atributo de genialidad, pero al mismo tiempo el reconocimiento de ella como parte indispensable de nuestro presente; la memoria que se encuentra en los libros, los libros en los que nos encontramos nosotros. Al respecto dice Pitol: “Uno, me aventuro a decir, es los libros que ha leído, la pintura que ha conocido, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas”.

Desde que leí El arte de la fuga, primera obra de Sergio Pitol que tuve en mis manos, su prosa me cautivó. Luego los cuentos que me parecen fabulosos, mi favorito, “El relato veneciano de Billie Upward”; de sus novelas me quedo por supuesto con El desfile del amor.

En el taller de la Quinta de las Rosas que todos los jueves conduzco con adultos mayores, Sergio ha sido un visitante frecuente. Por mi labor como promotor de la lectura me otorgaron en 2012 el Premio Estatal de Fomento a la Lectura “Veracruz lee 2012”. No entiendo como algunos cretinos se atreven a decir que mi propósito al exponer (con pruebas) el caso sobre el abuso y manipulación por parte de Rodolfo Mendoza Rosendo, todavía director del IVEC, tiene motivos de celo y egoísmo; ¿cómo se atreven cretinos?

A mí me duele mucho que un hombre como Sergio Pitol, que gran parte de su obra la basara en su inmensa memoria, hoy día esté perdiendo esta capacidad; realmente me entristece. Pero que un sujeto tan menor como Rodolfo Mendoza, se atreva a manipular al Cervantes mexicano me indigna sobre manera. Además, el que unas académicas muy superiores al manipulador se presten a su juego, me cusa una gran pesadumbre.

Sólo resta dejar que las pruebas hablen.

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