Javier Duarte no era un enólogo, es decir, una persona con estudios sobre los métodos y técnicas de cultivo de viñedo y la elaboración de vinos, mostos y otros derivados de la vid, así como el análisis de los productos elaborados y su almacenaje, gestión y conservación. Javier Duarte no era un sumiller, es decir, el responsable del servicio de vinos y licores en los establecimientos de hostelería. Un experto que sabe crear una buena carta de vinos teniendo en cuenta el restaurante donde trabaja, así como las copas adecuadas para cada bebida.
Javier Duarte no era un catador de vinos, es decir, un profesional que juzga la calidad y las características de un vino después de ser embotellado, gracias a la vista, el olfato y el gusto según su criterio personal. Javier Duarte, lo dicen quienes tomaron con él, era un simple borracho que cuando ya estaba bien tomado, dicen, «se le iba la cochina al monte». Ahí están las crónicas de Mussio Cárdenas sobre el “besa machos”, en donde se relata el besote que le plantó Duarte a Romero Deschamps.
Entonces, si Duarte no era enólogo ni sumiller ni catador de vinos, antes bien un simple borracho, para qué se mandó construir una cava de 12 millones de pesos. ¡Pinche loco desquiciado! Para la clase de borracho que era una hielera le hubiera bastado. Pero la construyó porque estaba enfermo de poder, porque gastando recursos (que no le pertenecían) de esa manera podía compensar sus complejos y sus traumas. ¡Que se pudra en la cárcel!
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