Rafael Junquera, el hombre y su verdad

Junquera
El maestro Rafael Junquera Maldonado, con los periodistas Enrique Olivera Arce y Armando Ortiz FOTO: LBP
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Armando Ortiz / A mi amigo Rafael Junquera lo conocí en el año 1998, cuando iniciaba el gobierno de Miguel Alemán. La primera reunión que tuvimos fue en casa de Raúl Hernández Viveros en donde también estuvo Roberto Williams, Esther Mandujano y Jesús Miguel Montes. Junquera llegaba como si de un exiliado se tratara, nos habló de su vocación por la política, pero ante personas con vocación por las letras nos habló de su trabajo literario. Recuerdo de esa tarde la lectura de un poema sobre una gota de agua, sus discusiones sobre la izquierda, las anécdotas del joven de los años setentas, que llegaba a Veracruz después de haber estado en la cárcel de Lecumberri.

Recuerdo la fuerza de su carácter y la defensa a ultranza de su verdad, si alguien defendía su verdad era precisamente Rafael Junquera.

Él llegó como jefe de Delegaciones siendo Juan Maldonado Pereda secretario de la Secretaría de Educación y Cultura; nunca supe si en realidad era primo o no de Maldonado Pereda, porque Rafael era Junquera Maldonado. Pero sí sé que quien tuvo mucho que ver para que don Juan Maldonado fuera secretario de Educación fue Rafael Junquera.

Mi amistad con él no se interrumpió desde que lo conocí. No era de muchos amigos, por lo que serlo por muchos años de Rafael Junquera era un verdadero mérito.

A mí me tocó participar en la edición de dos de sus libros, La eterna noche de Brumalia, y Don Julián echa su gato a retozar. Sobre el segundo siempre hubo ciertas suspicacias, pues se decía que el personaje, que era un hombre de la tercera edad que buscaba la felicidad con una mujer joven, se refería a algún politico conocido. Quizá fue por ello, en el afán de descubrir al aludido en esa novela, que muchos políticos se dieron a su lectura. Vaya hasta Fidel Herrera la leyó.

Junquera Maldonado nos contaba la anécdota sobre un joven Fidel Herrera que fue encomendado a recogerlo al aeropuerto cuando este fue llamado por Maldonado Pereda, entonces secretario particular de Murillo Vidal; el joven Fidel cargó las maletas de Rafael Junquera. Eso, en la mente retorcida de Fidel, sólo podía tener pésimas consecuencias. Junquera fue marginado por quien lo llamaba hermano, maestro, amigo. Fidel, fiel a sus mezquindades, no le cumplió a Rafael nada de lo que le había ofrecido. Es memorable la anécdota de un día que Fidel llegó con su comitiva al Casino Español. Apenas se estaba bajando de su camioneta cuando Junquera lo abordó para decirle que nada de lo ofrecido se había cumplido. Muy a su estilo Fidel le dijo que no se preocupara, que lo atendía luego. Fue entonces que Junquera le dijo que no se apurara, pero que eso sí, el próximo personaje de su novela sería Fidel. Hasta las piernas le temblaron al negro, quien rápido lo llamó y atendió para que de todos modos sólo cumpliera a medias sus compromisos.

Durante más de diez años, cada sábado me reunía con Rafael Junquera en el desayuno de La Estancia, en la mesa redonda donde conversábamos con Roberto Williams, Fernando Morales, Miguel Ángel Cabrera Gordillo, Rafael Arias, Pepe Lima Cobos y Enrique Olivera. Fueron muchos años de aprendizaje a su lado, muchos años de aprender a defender la verdad como él lo hacía, empezando por asegurarse de esa verdad.

Hoy Rafael se ha ido. Padeció una enfermedad de los pulmones que se le prolongó, que lo tuvo mucho tiempo con cuidados. Dos veces estuvo en crisis y, como un gran guerrero que fue, dos veces se recuperó.

Hoy Rafael se ha ido y con él se fueron esos diálogos en defensa de su verdad, esos exhortos por ir al fondo del asunto, esas lecciones que me dejó un ser que supo hacer de la congruencia una carta de presentación.

Descanse en paz mi amigo.

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