Colectivos de familiares desaparecidos y la búsqueda de la paz a través de la justicia

Tumba
Desparecidos en Veracruz FOTO: FRANCISCO DE LUNA
- en Carrusel, Investigación, Opinión

Armando Ortiz / Como periodistas vivimos muy conscientes los dos sexenios que pasaron. Vimos la evolución dramática de un estado que, si bien había tenido problemas de delincuencia organizada, los hechos que se presentaban nos parecían ajenos; nos parecía que era parte de una lucha intestina entre los mismos grupos de criminales que se estaban peleando por controlar el mercado de drogas y el tráfico de las mismas.

Nos tocó ver como desde el gobierno de Fidel Herrera el crimen organizado fue acomodándose a nuestra cotidianeidad. Los grupos de criminales empezaron a hacerse presentes, no sólo en los robos a negocios que iban aumentando, sino además en el control y extorsión de las personas que vivían del comercio informal. Era un secreto a voces que el crimen organizado controlaba los tianguis. En el caso de la mercancía de películas pirata ellos tenían a sus propios distribuidores y obligaban a que no se vendiera otro tipo de mercancía pirata, sólo la suya. Surgieron voces disidentes que pidieron protección a las autoridades, protección que no llegó, sino que además se puso el dedo encima a esos que lideraban los reclamos; finalmente los asesinaron.

Después nos dimos cuenta de cómo el crimen organizado operaba a plena luz del día. En las redes sociales se subían los videos de los secuestros, de la resistencia que los ciudadanos ponían, sin saber todavía que esos criminales estaban decididos a todo. También nos enteramos de la colusión de algunas dependencias de gobierno. La policía y tránsito del estado eran prácticamente controladas por esas bandas criminales, las cuales pagaban piso a los mandos policiacos para que los dejaran operar.

Había que tener cuidado, no se podía publicar gran cosa en los medios. Aquellos que lo hicieron también fueron asesinados. Ni el gobierno estatal ni los gobiernos municipales hicieron nada por evitar que las ciudades fueran tomadas por los delincuentes.

Se hicieron comunes las balaceras, nos enterábamos de ellas por medio de los portales informativos y por las redes sociales. A veces en las noches escuchábamos los disparos. Nos fuimos acostumbrando a ello. En ocasiones, cuando se soltaba la balacera, sólo si se escuchaba cerca nos retirábamos de las ventanas, pero si la escuchábamos lejana guardábamos silencio, prestábamos atención, calculábamos por dónde era y seguíamos en nuestra fiesta. Porque muchos dejamos de salir a los centros de diversión por miedo a que nos sucediera algo.

En medio de todo esto aumentaron los levantones, los secuestros, los ajustes de cuentas. Muchos de nuestros jóvenes creyeron que el crimen organizado era una oportunidad para salir de pobres, para fincar algún patrimonio o simplemente para conseguir droga fácilmente. Su ingenuidad y su insensatez los condujo a un destino trágico.

Pero hubo otros, cuyo pecado fue estar en el lugar y en el momento equivocado. Algunos fueron daños colaterales, pero otros fueron víctimas del horror de estas bandas de delincuentes que los reclutaban a fuerza. Existen relatos terribles de personas que fueron levantadas para ser reclutados en campos de entrenamiento en otros estados. Fueron miles los desaparecidos, miles de seres humanos que fueron entregados al crimen de los cuales hasta la fecha no se sabe nada.

Es comprensible que los familiares de estas personas desaparecidas exijan justicia, pero, ¿qué sería justicia para estas personas? Algunos han debido resignarse a no volver a ver a sus seres queridos, eso no les exime de pedir justicia; otros tienen la esperanza de que sus hijos todavía aparezcan. Pero en el fondo lo que estas personas buscan es paz. Sólo la paz que encuentren los podría dejar satisfechos, paz a través de la justicia.

Quienes estén politizando el tema, quienes busquen protagonismo vano, quienes quieran lucrar con su dolor, quienes busquen otra cosa están yendo por el camino equivocado.

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