¿De quién es la culpa?

Culpa
Migrantes mexicanos en la frontera con Estados Unidos FOTO: FORBES
- en Opinión

Yuri Alejandra Cárdenas Moreno / Hoy llegó a mis ojos una nota de un famoso medio electrónico nacional, que se titulaba así: “Canadá advierte que si suben las peticiones de asilo volverá a imponer la visa a los mexicanos”.

En resumen, las autoridades canadienses, al no imaginarse que Trump ganaría la presidencia, relajaron los requisitos de entrada a su país para los mexicanos, y ahora que se enfrentan a la hipotética problemática de convertirse en el país receptor de todos aquellos millones de indocumentados mexicanos que no desean volver a México y que quieren seguir trabajando –y ganando- en un país de primer mundo, su respuesta fue llana: quizá volvamos a pedirles visa si la situación sale de control.

Los comentarios de los lectores al respecto, se dividen (como dividido está nuestro país) entre aquellos que critican la actitud del gobierno canadiense, que le cierra sus puertas a personas en necesidad, y aquellos que celebran la noticia, pues a su parecer, los inmigrantes ilegales son infractores de la ley y mejor “deberían ponerse a trabajar en su país”.

Y la polémica está servida. ¿De quién es la culpa? ¿Quién tiene la razón? ¿El inmigrante? ¿Los gobiernos del norte? ¿Nuestro gobierno?

La de hoy es una breve reflexión, que pensaba comentar en el mar de comentario al pie de la noticia, pero que mejor dejo aquí, a consideración del lector.

La culpa no es del racista, que es ignorante y limitado, que jamás verá nada más allá de su nariz, y que finalmente es una víctima más del atraso cultural y político de su propio país; la culpa no es del migrante, que está desesperado, en la mayoría de los casos, poco instruido, poco capacitado, que tiene ganas de superarse y no encuentra oportunidades en su país de origen; la culpa ni siquiera es del político, que es el más ignorante, mezquino y ambicioso de todos, él no se sentó solito en el puesto que ocupa, él no manipuló las manos de millones de personas que votaron por él, él jamás amenazó de muerte a la gran mayoría del electorado. Y definitivamente tampoco es culpa de los acarreados, de los que comen tortas y frutsis en los mitines, que son traídos de las comunidades más alejadas, de las sierras, del campo mexicano, que realmente necesitan ese techo de lámina que reciben y esa sombrilla, y ese bulto de cemento, para echarle fino a su casita de cartón.

La culpa, la verdadera culpa de las crisis políticas nacionales, es ni más ni menos que de la clase media y media alta. Sí. De esa clase que sí sabe «leer», que estudió una carrera, que tiene trabajos medianamente remunerados en la iniciativa pública o privada, que tiene tarjetas de crédito, y uno o dos autos; la que compra en el buen fin y twittea desde su smartphone, la que pasea por los centros comerciales, la que desprecia la política (“todos son iguales”) y no reflexiona su voto, y no ve las noticias y prefiere ver netflix, y el futbol; esa clase que se compone de jóvenes y adultos, que viven pensando en su propio gusto, en su comodidad y en lo que se van a comprar a continuación. Esa clase que rechaza al pobre por sucio y admira al poderoso «por chingón», esa clase que vive en una burbuja de aspiracionismo e hipocresía, la que dona al Teletón pero se burla de los manifestantes en la calle. Esa alegre clase a la que un día le puede estallar la realidad en la cara como resultado de toda esta crisis. La culpa es mía y tuya porque dejamos que las peores personas administren nuestro dinero y nos gobiernen. Si dejáramos de hacer eso, todas las personas nacidas en este país tendrían un lugar digno, a todos nos iría mejor.

No es tan difícil como parece, sólo es cuestión de usar la imaginación, y por unos minutos, intentar ponernos en los zapatos del otro, del que padece.

Canadá tiene todo el derecho, así como los Estados Unidos, a regular la admisión de inmigrantes en sus países. Y si los aceptan, que los acepten bien, con papeles, con claridad de derechos civiles, con salarios justos, y no en las sombras, en la clandestinidad y la explotación laboral,  si no, mejor que cada quien se quede en su casa, con sus propios problemas.

El caso de México no es un caso imposible, pero todos tienen que poner de su parte. Ya la ignorancia deja de ser pretexto para el clasemediero, porque ahora, en el reinado de los medios de comunicación, de las TICS y de los teléfonos inteligentes, nadie puede decir que no sabía, o que no se enteró, porque todo está allí.

Hay que entender que en el momento en que empecemos a cuidarnos los unos a los otros, la situación va a mejorar para todos por igual. Sin necesidad de irnos a buscar suerte en otros países por necesidad y desesperación. México tiene recursos naturales, extensión territorial y riqueza suficiente para todos, ya sólo nos falta quitar de la caja registradora a los que se quedan con los cambios.

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