Durante los gobiernos de Fidel Herrera y de Javier Duarte los presuntos grupos de lucha social se fortalecieron. Su utilidad era más que clara: ser instrumento de presión, de golpeo, de chantaje y a veces de extorsión. Fidel Herrera los supo utilizar muy bien. Los dotó de presupuesto y les brindó la libertad de manifestarse donde les diera la gana sin importar las molestias que estos causaran.
Fue así que cada funcionario que estaba en la pelea por un puesto de elección popular o que intentaba subir un escalón en el gabinete, creó su propio grupo de manifestantes. Así los de Carvallo golpeaban a Mota, los de Érick golpeaban a Carvallo, los del gobernador golpeaban a la oposición y así se repartían los días de la semana para manifestarse y crear el caos, todo con el propósito de fastidiarse entre ellos, pero a quienes terminaban fastidiando era a los habitantes de la capital veracruzana.
Algunos de estos grupos hasta se convirtieron en partidos políticos, en otros casos los líderes se convirtieron en diputados; ahí está Minerva Salcedo Vaca (sí ya sabemos que es con “B”, pero le va más la “V”) lideresa de los antorchistas, ahí está Marco Antonio del Ángel, retoño de César del Ángel, líder de los 400 Pueblos.
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