Tras una ríspida sesión, el senado de Brasil ha dado luz verde este jueves a la destitución de Dilma Rousseff. La consentida de Lula da Silva será apartada del cargo un máximo de 180 días en los que de decidirá si su destitución es definitiva o no. Quiera reconocerse o no, se abre una crisis de legitimidad y de estabilidad en el país carioca. Resulta increíble como un puñado de un poco más de 50 senadores han dejado de lado la voluntad de 54 millones de brasileños que votaron por Rousseff.
Lula, el guerrero del pueblo brasileño, no la ha dejado sola, ha estado con la todavía presidenta en todo momento. Por otro lado, los miembros prominentes del Partido de los Trabajadores han mostrado su molestia al alegar que se trata de una operación puramente política.
Los mexicanos somos testigos de una maniobra que no nos imaginamos en nuestro país. El único caso de intento de desafuero fue el que promovió el expresidente Vicente Fox contra Andrés Manuel López Obrador, cuando este último estaba a la cabeza del Distrito Federal, hoy Ciudad de México.
No estaría nada mal que los senadores mexicanos tuvieran los suficientes arrestos para destituir a los gobernantes corruptos. Aunque esa realidad sólo son sueños tropicales en nuestros país.
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