El Estado idílico

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Regresando al taller “Libertad bajo Palabra” de la Quinta de las Rosas, iniciamos con la lectura de La vida está en otra parte de Milan Kundera. En el prólogo de la edición que tengo, Carlos Fuentes se refiere al idilio, esa condición que crea en el ser humano una aspiración válida pero muchas veces inalcanzable. “Únicamente —anota Fuentes— la acción histórica sabría ofrecernos, simultáneamente, la nostalgia de lo que fuimos y la esperanza de lo que seremos. Lo malo, nos dice Kundera, es que entre estos dos movimientos en trance idílico de volverse uno, la historia nos impide, simplemente, ser nosotros mismos en el presente”.

Estoy consciente de que el Estado crea en el ciudadano que le pertenece, la aspiración de una condición idílica. Las leyes de la Constitución, están emanadas para gobernar una nación idílica. De respetarse cada uno de los artículos de la Constitución y las leyes emanadas de estos artículos, no necesitaríamos de instituciones de Justicia, porque la Justicia estaría en el cumplimiento de la Constitución.

Pero los hombres que nos gobiernan, en su afán de poder, de permanecer en el poder, hacen todo lo posible por desvirtuar la Constitución; pasan por alto su espíritu, la transgreden, la tergiversan y comercian con ella. Entonces el Estado idílico que debería surgir de las leyes se convierte en un infierno.

Una de esas transgresiones terribles y que más dañan a la sociedad es la impunidad. Los hombres en el poder utilizan la justicia de manera muy discrecional. Son severos con sus enemigos, pero demasiado blancos con sus allegados. Ya lo dijo Juárez en esa máxima que recorre la consciencia de los que ejercen justicia: “A mis amigos justicia y gracia, a mis enemigos la Ley a secas”.

El daño que la impunidad ha dejado en la sociedad de nuestro país es enorme. La impunidad acrecienta la saña del que perjudica; la impunidad vuelve más cínico al corrupto y más temerario al asesino.

Al final del taller nos dio tiempo de leer un poema del cubano Nicolás Guillén. “Tengo” es un himno en que el poeta agradece al régimen de Castro las muchas cosas que ahora le pertenecen y que antes, sólo de lejos contemplaba. “Tengo, vamos a ver,/tengo el gusto de andar por mi país,/dueño de cuanto hay en él,/mirando bien de cerca lo que antes/no tuve ni podía tener./Zafra puedo decir,/monte puedo decir,/ciudad puedo decir,/ejército decir,/ya míos para siempre y tuyos, nuestros,/y un ancho resplandor/de rayo, estrella, flor. Tengo, vamos a ver,/que siendo un negro/nadie me puede detener/a la puerta de un dancing o de un bar./O bien en la carpeta de un hotel/gritarme que no hay pieza,/una mínima pieza y no una pieza colosal,/una pequeña pieza donde yo pueda descansar”.

Y a pesar de otorgar todas esas cosas, debemos reconocer que el régimen de Fidel Castro se corrompió; algunos señalan que terminó traicionando los ideales de su pueblo.

Finalmente entendimos porque la verdad que Kundera esgrimió pocos meses después de la Primavera de Praga: “El comercio de la historia consiste en venderle a la gente un porvenir a cambio de un pasado”.

Desde tiempos inmemoriales lo dijo el profeta Jeremías: “El hombre siempre ha dominado al hombre para perjuicio suyo”.

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